¿Qué es un genocidio y cuáles hay actualmente en África?
☠️ Revisitamos la definición de genocidio y explicamos por qué no hay consenso en que lo sean los conflictos en Darfur en Sudán, Tigray en Etiopía y el este de R.D. Congo
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En una aldea en Darfur a principios del siglo XXI, el sonido de los aviones del ejército rompe la tranquilidad de la mañana. Las bombas caen sin discreción. Cuando los vecinos huyen corriendo fuera de su pueblo, decenas de combatientes a caballo les esperan y les disparan. Tras acabar con los que intentaban huir, entran y arrasan la población, saqueando lo que encuentran. A los hombres les disparan al momento, las mujeres y niñas son víctimas de violaciones y otras atrocidades. El objetivo es causar el mayor terror posible. Antes de marcharse, reducen la aldea a cenizas para no dejar rastro y que no puedan regresar a ella.
Los perpetradores de esta masacre son las conocidas como milicias Janjaweed, traducible como algo así como “diablos a caballo” o “jinetes del infierno”. Su cuerpo de élite se hacía llamar Fuerzas de Apoyo Rápido, un nombre que sigue resonando en la actualidad. En su inmensa mayoría, son miembros de las tribus árabes baggara, y el gobierno sudanés las utilizaba como carne de cañón para combatir la insurgencia de distintos grupos armados de Darfur que luchaban contra la administración de Jartum. La Corte Penal Internacional (CPI), estimó en más de 300.000 personas las fallecidas entre 2003 y 2008, aunque algunas organizaciones aumentan esas cifras.
En un momento en el que el uso del término genocidio se encuentra en boca de todos la acusación formal contra el presidente israelí, Benjamín Netanyahu, por sus actos en Palestina y la represión del régimen caído de Bashar Al-Assad en Siria; es importante trazar paralelismos con acontecimientos similares que ocurren en el continente africano. ¿Qué es un genocidio? ¿Cuáles ocurren en África?
Dentro de la definición clásica promovida y aceptada por la Organización de Naciones Unidas, un genocidio son los “actos cometidos con la intención de destruir total o parcialmente a un grupo nacional, étnico, racial o religioso”. La palabra genocidio viene del griego genos, que implica un conjunto natural de familias unidas a un antepasado común, y se asocia a la comunidad, etnia o raza; y el latín cide, que significa matanza y fue utilizada por primera vez en 1944 por el abogado polaco Raphäel Lemkin. En 1948 se aprobó la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio y desde 2015 la ONU designó oficialmente el 9 de diciembre el Día Internacional de Conmemoración y Dignidad de las Víctimas del Delito de Genocidio y de la Prevención.
A la hora de hablar de genocidios en África la cobertura todavía lleva al genocidio contra los tutsis en Ruanda en 1994, pero en esa definición encajan muchos de los conflictos armados actuales en el continente. Aquí sacamos tres a colación para explicar sus diferencias y por qué podemos o no hablar de genocidios: Darfur en Sudán, Tigray en Etiopía y el Kivu Norte en República Democrática del Congo.
La historia se repite en Darfur
Darfur fue considerado con el llamativo calificativo de “primer genocidio del siglo XXI”. Las víctimas fueron las poblaciones negras del occidente sudanés, principalmente de los pueblos fur, massalit y zaghawa. Las brutales imágenes del genocidio de 1994 en Ruanda y la inacción internacional ante ellas permanecían en la memoria de gran parte de la sociedad mundial, por lo que los acontecimientos en Darfur consiguieron llamar la atención pública de los países occidentales.
En Estados Unidos, una manifestación de más de 100.000 personas recorrió las calles de Washington exigiendo a su gobierno tomar medidas y la participación de grandes estrellas de Hollywood como Angelina Jolie o Brad Pitt consiguió atraer a los grandes medios de comunicación hacia lo que ocurría en el continente africano.
Dos décadas después, unos acontecimientos extremadamente parecidos ocurridos en el mismo lugar no utilizan el término genocidio. Hablamos de la guerra civil en Sudán que enfrenta a las Fuerzas Armadas con las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF) desde abril de 2023. En ella los “jinetes del infierno” reconvertidos bajo las siglas de las RSF han vuelto a cometer atrocidades similares en Darfur y en otros territorios de Sudán, pero no se esquiva el término genocidio.
A pesar de las evidencias, los grandes organismos internacionales se niegan a definir como genocidio lo que ocurre en Darfur. Los más atrevidos hablan de “indicios de”, pues reconocerlo como tal obligaría a tomar medidas y a señalar la responsabilidad de un gran aliado occidental en el Golfo Pérsico en Emiratos Árabes Unidos.
A pesar de ello, organizaciones de derechos humanos llevan meses hablando abiertamente de una campaña generalizada de limpieza étnica en Darfur, un crimen íntimamente relacionado con el de genocidio, pero que, a diferencia de este, se dirige de forma específica contra un grupo étnico y no tiene por qué implicar el asesinato masivo de un grupo de población, sino solo su expulsión o reasentamiento forzoso.
Las tácticas de las RSF siguen ese objetivo, lo que no deja de ser un intento de acabar el trabajo iniciado a principios de siglo. A menudo, en sus incursiones en los poblados de Darfur, los miembros de las RSF suelen dirigirse a la población negra como “esclavos”, un modo de humillarles y recordarles los siglos de esclavitud por parte de las élites árabes. De forma habitual, estas incursiones terminan con la quema completa de los poblados tras obligar a su población a huir, una táctica que busca evitar que regresen.
Un informe del Centro para la Resiliencia de la Información en abril de 2024 concluía que las RSF habían destruido más de 200 comunidades desde el inicio de la guerra. Causar el mayor terror posible es una de las estrategias que permiten la expulsión de la población. En noviembre de 2023, la ciudad de Ardamata fue testigo del uso brutal de esta táctica por parte de las RSF, cuando estas irrumpieron en la ciudad, la saquearon y abusaron de su población. El saldo fue de más de 800 muertos en menos de una semana y los cadáveres en descomposición se amontonaron durante semanas. La inmensa mayoría de la población había huido.
A menudo más sutil e invisibilizada, la violencia sexual también es utilizada como un arma de guerra y genocidio. Decenas de mujeres y niñas han sido violadas por miembros de las RSF y también se han registrado casos del uso de menores como esclavas sexuales. “Deberíamos violarlas hasta que den a luz a nuestros hijos”, recuerda Nura que dijeron los hombres que estaban a punto de violarla. Su testimonio forma parte de las decenas recogidos en el informe “Los Massalit no regresarán a casa” publicado por Human Rights Watch y en cuya extensa investigación se constata que las violaciones se encuentran específicamente dirigidas hacia miembros de este pueblo.
En Tigray, un apagón deliberado
Si la reanudación del genocidio de Darfur dos décadas después sigue sin considerarse como tal excusado por un conflicto civil entre dos bandos, la situación Tigray o en el este de la República Democrática del Congo es más difícil todavía de definir.
Considerar o no a un determinado acontecimiento como un genocidio tiene una enorme carga política, legal y ética, por lo que no queda al margen de intereses particulares. Un debate muchas veces estéril para las poblaciones que lo sufren, pues las matanzas indiscriminadas y la destrucción generalizada se encuentran muy presentes en ambas guerras, más allá de su denominación.
El mediador de la Unión Africana estima en más de 600.000 personas muertas durante la guerra en Tigray, lo que supone un 10% de su población antes de iniciarse las hostilidades en noviembre de 2020. De este modo, puede considerarse como el conflicto más mortífero en lo que llevamos de siglo. La guerra entre el Ejército federal etíope y el Frente de Liberación Popular de Tigray contó con la participación directa de milicias de la comunidad Amhara y del Ejército de Eritrea, acusadas ambas de perpetrar una limpieza étnica contra el pueblo tigriña.
Durante meses, la población de Tigray sufrió un intenso bloqueo que impidió la entrada de ayuda humanitaria y la intensa destrucción de su infraestructura civil básica. Actos como estos están específicamente dirigidos hacia la población civil, lo que indica una intención directa de destruir a todo un grupo de población mediante el uso de la hambruna como un arma de guerra, un elemento considerado como un genocidio. La situación humanitaria ha sido especialmente grave en Tigray occidental, que sigue ocupada por milicias Amhara y miembros del Ejército eritreo a pesar de la firma del acuerdo de paz. Esta región sufrió algunas de las peores matanzas de la guerra y miles de personas se vieron obligadas a huir sin que hayan podido regresar aún a sus hogares.
Las tácticas más habituales de una limpieza étnica han sido ampliamente utilizadas en Tigray, lo que incluye la deshumanización de su población a través del lenguaje. En Ruanda en 1994 los hutus más radicales trataban de “exterminar a las cucarachas”; en Palestina algunos israelíes les refieren como “bestias no humanas”; y en Tigray altos cargos etíopes y eritreos han utilizado ampliamente expresiones como “cáncer” o “ratas” para referirse a los miembros de este pueblo. Este vocabulario explícito busca despojar de humanidad al enemigo, una estrategia calculada para crear un sujeto indigno de la menor empatía.
Otra arma habitual en un genocidio practicada en Etiopía ha sido la violencia sexual. En 2021, un informe de Amnistía Internacional señalaba directamente a las Fuerzas de Defensa Nacional de Etiopía, las Fuerzas de Defensa de Eritrea, la Policía Especial de la Región de Amhara y a las milicias Fano de estar utilizando la violencia sexual de forma sistemática contra mujeres y niñas tigrayenses. “Los tigriñas deben desaparecer de estos territorios, estamos limpiando vuestra sangre”, asegura que le dijeron una víctima tigriña de los testimonios que recoge el informe. El objetivo era crear el mayor daño físico y psicológico que durase el mayor tiempo posible. Comunidades enteras fueron obligadas a presenciar las violaciones de sus familiares e incluso se les obligó a perpetrarlas a ellos mismos.
En R.D. Congo, una complejidad añadida con muchos actores
La ingente cantidad de grupos armados que operan en el este de R.D. Congo y la multiplicidad de los numerosos conflictos interrelacionados añade un grado más de complejidad a su definición. Muchas de las dinámicas que ocurren hoy en el este del país están vinculadas a las de otro genocidio, el ocurrido en Ruanda en 1994 contra la población tutsi, cuando muchos de sus perpetradores hutus cruzaron la frontera tras la ofensiva del Frente Patriótico Ruandés. R.D. Congo se convirtió entonces en el escenario de la venganza del nuevo gobierno ruandés, quién no distinguió a los verdaderos actores del genocidio del resto de la comunidad hutu en sus acciones de represalia.
Desde entonces, muchas de las matanzas ocurridas en este territorio se han dirigido contra comunidades específicas, lo que incluye tanto a hutus y tutsis como otros pueblos como los hema o los lendu, lo que sugiere un intento de erradicación de ciertos pueblos. Sin embargo, como en tantos otros conflictos, reducir la extrema violencia del conflicto a motivaciones étnicas carece de sentido. Más bien esta se instrumentaliza en beneficio de ciertas élites, ya sea con motivaciones políticas, por el control de recursos o tantos otros motivos, siendo la inmensa mayoría de la población civil ajena a estas dinámicas.
El caso del Congo es especialmente significativo, pues cada uno de los más de 200 grupos armados que se calcula que actúan en este territorio cuentan con una agenda propia, en ocasiones relacionada con la de gobiernos extranjeros. Sin embargo, la violencia contra las mujeres también es utilizada aquí de forma sistemática como una herramienta de terror y de control social. La humillación y estigmatización infringidas a las víctimas de violaciones, buscan desintegrar el tejido social y la cohesión comunitaria, creando las condiciones para su huida y desarraigo.
Un genocidio es difícil de certificar
Como conclusión, podemos afirmar que en los tres casos analizados subyacen intenciones genocidas. Todos incluyen la eliminación de grupos específicos de población entre sus dinámicas, y muchos de ellos cuentan con prácticas propias de un genocidio: la deshumanización en el vocabulario hacia una comunidad; la violencia sexual hacia mujeres y niñas; la búsqueda de crear desarraigo quemando poblaciones enteras y el objetivo de crear un daño físico y psicológico que se prolongue el mayor tiempo posible.
Sin embargo, ningún conflicto o limpieza étnica se considera legalmente un genocidio hasta que un individuo o un Estado es juzgado y condenado por haber demostrado la intención de cometerlo. Es decir, se tiene que probar que se ha intentuido “destruir total o parcialmente” una comunidad entera, de ahí que sea tan difícil de prosperar esa acusación y de que se acabe definiendo como genocidio un conflicto.
Ojo, que hayan genocidios en África no es único al continente. Es importante huir de consideraciones racistas y denunciar que estos actos no son inherentes a las características de los pueblos africanos, como lo demuestran el genocidio Nazi contra los judíos y otras minorías, el de los armenios por parte de Turquía, más recientemente en Azerbaiyán o el actual genocidio en Gaza.
Atribuir estas tragedias exclusivamente a África sería, aparte de erróneo, una forma de perpetuar prejuicios que ignoran la complejidad de estos eventos. Más bien cabría preguntarnos qué lleva al ser humano a planificar y ejecutar la destrucción de comunidades enteras de nuestra propia especie.