Un viaje por la música amazigh: sonidos de identidad y resistencia
🎶 Los bereberes han hecho de su música una forma de preservar su cultura y expandirla al mundo, adaptándola a los ritmos contemporáneos. Repasamos sus grandes artistas y evolución.
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Los imazighen (más conocidos como bereberes), son un pueblo originario del norte de África. Unidos por una lengua común, el tamazight, han hecho de la tradición oral uno de los pilares de su resistencia. Esta ha sido clave en su camino de supervivencia frente a diversas invasiones que van desde los fenicios, romanos y bizantinos, hasta la llegada de los árabes y de las colonias francesa y española.
En este contexto, el histórico papel de la música como medio de expresión y transmisión cultural se entrelaza con el carácter oral de la sociedad amazigh (singular de imazighen), creando un refugio en el que preservar la lengua, historia, cultura e identidad de este pueblo ancestral.
Una camaleónica forma de expresión que se adapta al tic-tac del tiempo, evolucionando desde la poesía oral tradicional, hasta una explosión contemporánea de artistas y bandas que fusionan lo ancestral con lo moderno. La música ha favorecido que la lengua, las demandas, y la cultura amazigh ganen protagonismo en el escenario internacional.

La oralidad: el corazón de la preservación de la cultura amazigh
Los imazighen tienen uno de los sistemas de escritura más antiguos en el norte de África: el Tifinagh. Sin embargo, este no está vinculado a un canon literario escrito extenso, como sí que ocurre con la oralidad literaria. Durante siglos, la memoria ha sido el método de conservación por excelencia de este pueblo indígena. Cuentos, mitos, canciones, proverbios, poesía y relatos han constituido la espina dorsal para la transmisión y preservación de su identidad. Así, la historia de las comunidades se ha ido transmitiendo de generación en generación a través de la palabra y, con ella, los valores y las creencias, dando forma a la memoria colectiva de los imazighen.
La oralidad amazigh traza un puente entre el pasado y el presente. A través de ella, se experimenta un viaje temporal al que en las últimas décadas se han sumado un número significativo de artistas (cantantes, músicos, pintores, etc.), que deciden retornar a las fuentes en búsqueda de inspiración. En este viaje al pasado para retornar al presente, las tecnologías contemporáneas juegan un papel fundamental, pues ofrecen nuevas posibilidades para la difusión, preservación y expansión de la identidad amazigh.
Así, de manera casi paradójica, los nuevos tiempos ofrecen un escenario a los tiempos pasados, creando un espacio donde la antigua tradición oral logra mimetizarse con la actualidad y alcanzar la escena internacional. Una trayectoria que, en el ámbito de la música, empezaba a germinar en distintos países africanos en la década de los setenta.
Los años 70 en Argelia y Marruecos: trampolín a la internacionalización
Durante varias décadas, la amazighidad y sus expresiones musicales habían sido relegadas al rango de folclore, conservando así el exotismo del imaginario colonial. Esto, a pesar de que existen registros de su carácter de resistencia en la época colonial. Por ejemplo, en Marruecos nos encontramos con la voz del legendario cantante amazigh Hammū al-Yazīd.
Pese a mencionados semilleros, el resurgir cultural amazigh llegó en los setenta, y lo hizo de la mano de un despertar político. En ese periodo, las demandas vinculadas al reconocimiento de la lengua y la cultura amazigh ganaron protagonismo en países como Argelia y Marruecos, lo que supuso el caldo de cultivo perfecto para el nacimiento de grandes referentes de la música amazigh que, además, apuntarían hacia la internacionalización.
Se produjo así un renacimiento musical en el que también jugó un papel importante el proceso de urbanización iniciado en la década anterior, pues facilitó que las expresiones musicales trascendieran la esfera comunitaria para llegar a las zonas urbanas, donde experimentaron una metamorfosis para su adaptación.
Si viajamos en el tiempo y en el espacio para situarnos en Marruecos de los años setenta y ochenta, nos encontramos con diversos ejemplos de este renacer. Entre ellos el grupo Izenzaren, que se convertiría en el epónimo de tazenzart (“el estilo de Izenzaren” o “el estilo musical de los rayos de sol”). Un estilo que saciaba la sed de la juventud amazigh por una música más moderna y rebelde.
Para diferenciarse de las canciones clásicas, como las de Lhaj Belaïd, donde se exaltaba a los poderosos o se trataban cuestiones sobre religión y sabiduría, Izenzaren introdujo dos cambios disruptivos importantes. El primero, fue la adaptación de la poesía a la música, reflejando el trabajo de búsqueda del alma de los poetas amazigh, que articularon su propio lugar en un mundo que daba la espalda a su lengua. El segundo, fue la incorporación de nuevos instrumentos como el banjo, el violín y el tam-tam a la música amazigh con los que, traspasando la monocromía ribāb (rabab) y el nnaqūs (cencerro de metal), nacían nuevos sonidos y ritmos. Por ejemplo, Iggout incorporó melodías de sonidos indio y tibetano a la música amazigh.
Pocos años después, nos encontramos con el nacimiento de otros artistas, como es el caso del grupo musical Usman. Compuesto por jóvenes imazighen basados en Rabat, Usman incorporó la guitarra, cantó poemas e incluyó melodías occidentales aprovechando la formación musical moderna de algunos de sus miembros. La infancia de su cantante, Ammouri, en un orfanato de franciscanos en Taroudant favoreció que se convirtiera en un músico trilingüe. Se trataba de un resurgir en el que una bocanada de aire fresco impregnaba la escena musical amazigh en Marruecos, especialmente, en el área de Rabat-Casablanca.
En la década de los 80, también nació la leyenda de Mohammed Rouicha, discípulo del célebre Hammū al-Yazīd, quien dejó una huella indeleble en la música amazigh.
Si nos trasladamos hasta Argelia, nos encontramos con la figura de Idir, uno de los cantantes más influyentes de la historia de la música Amazigh. Su canción "A Vava Inouva" (lanzada en 1973), se convertiría en un himno, no solo entre los kabyles (grupo amazigh del norte de Argelia), sino también a nivel regional, incluso internacional.

En “A Vava Inouva” queda encarnada la propia oralidad que caracteriza al pueblo ancestral amazigh. El contenido es una adaptación de una leyenda oral en la que se narra la historia de una madre cantando a su hijo en una noche fría. Con esta obra, Idir crea un puente entre el pasado y el presente, tanto a nivel acústico como de contenido. Se trata de una llamada a la preservación de la identidad amazigh, con la que consiguió capturar el poder de la transmisión oral de los mitos amazigh, contrarrestar la folklorización de la cultura amazigh, y generar un sentimiento de hogar para los imazighen del mundo. Llegó a vender en torno a 200.000 copias.
Idir, al igual que otros como Aït Menguellet, Matoub y Khalid Izri, o bandas como Djurdjura e Izenzren, sobrepasaban con sus producciones la orquestación difundida en los años cuarenta bajo la influencia de la música andaluza y egipcia, y abrían camino en un escenario en el que la juventud amazigh se hacía consciente de su estatus subalterno.
La música constituía el cordón umbilical que los unía a sus raíces, tanto en los países de origen como en la diáspora, convirtiéndose en un motor para contribuir a la conciencia amazigh, y en un espacio de defensa de su lengua y cultura indígenas, que traspasaba fronteras.
El blues del desierto: la resistencia tuareg
Apenas una década más tarde, en la vastedad del Sahara, los tuaregs (parte de la comunidad amazigh) hacían vibrar sus instrumentos y cuerdas vocales. Los jóvenes malienses de los ochenta y noventa habían rozado las armas y encontraban en la música un medio con el que expresar su identidad, pero también el sueño de una nación. Grabaciones de cassette de baja calidad circulaban por los territorios del exilio, encapsulando voces como las de Brahim Ag Alhabib y Abdallah Ag Alhousseini, quienes en los años ochenta partieron a los territorios de Libia y Argelia, y teminarían fundando Tinariwen.
Las canciones de Tinariwen pronto se convirtieron en una herramienta de comunicación y sensibilización con alcance internacional. En ellas se daba voz a los pueblos nómadas del desierto a través de un género conocido como “blues del desierto”, que combina la poesía tradicional tuareg con ritmos y melodías influenciadas por el rock y el blues. Sus miembros tocan teherdent (laúd), imzad (violín), tinde (tambor) y la guitarra eléctrica. Y lo hacen dando luz a una amalgama musical que fusiona el estilo tuareg de assouf (“soledad” o “nostalgia”) con influencias de canciones contemporáneas bereberes kabyle (por ejemplo, de Idir y Aït Menguellet), el blues maliense, el raï urbano argelino, el chaabi marroquí, el pop, el rock y la música india.
Entre las letras de Tinariwen, la historia y la identidad laten con fuerza. Se escuchan notas nostálgicas del exilio, de lucha por la autodeterminación y de esperanza por un futuro mejor para los pueblos tuaregs. La “rebeldía” contra la opresión del Estado maliense se alza como un tema constante, revelando una crítica hacia la represión de los levantamientos tuareg (especialmente en la década de 1960). Entre estos versos de añoranza y lucha, se asoman también las las quejas contemporáneas. Las palabras resuenan como un lamento colectivo, un susurro de sueños y vivencias que atraviesan fronteras y generaciones.
Una vez más, la voz y los instrumentos trazan ese puente entre el presente y el pasado, y ese lazo que cruza mares y fronteras, visibilizando, preservando y difundiendo la identidad amazigh. Junto a este continuismo, en el caso de Tinariwen se registra un nuevo paso que veremos replicado en nuevas generaciones de artistas: la importancia del elemento visual, de la puesta en escena. Remodelando la imagen de los tuaregs como los grandes guerreros de las fantasías coloniales, la banda recurre a imágenes de vehículos todoterreno, camellos, hombres elegantemente vestidos con velos y turbantes… elementos que no tardarían en cautivar al público internacional. En 2005, su álbum Amassakoul (“El viajero”) tuvo ventas de más de 100,000 copias y ganaron el Grammy al Mejor Álbum de Música del Mundo en Los Ángeles en 2012.

También en tierras sahelianas, en la década de los ochenta, nacía en el campamento nómada tuareg de Tiden —a unos 80 kilómetros al noreste de Agadez, en Níger—Omara Moctar, conocido como Bombino. Un artista que, a través de su música, daría voz a la identidad y a la historia de su pueblo. Y que será conocido como el emblema de la próxima generación de Tuareg, una nueva voz del Sahara y el Sahel, que fusiona los ritmos tradicionales amazigh con la energía del rock and roll.
Como ocurrió con los miembros de Tinariwen, el turbulento contexto político de su país natal, empujaría a Bombino al exilio en diferentes momentos de su vida, llevándolo a asentarse en países como Argelia, Libia y Burkina Faso. Ferviente defensor de la enseñanza del tamasheq (lengua de los tuareg) y comprometido con la misión de ayudar a su comunidad a alcanzar la igualdad de derechos, lograr la paz y preservar su patrimonio cultural, Bombino consiguió canalizar su convicción en la música. Tras años de sequía, rebelión y opresión, a través de ella contribuye a crear memoria sobre quiénes son pero, también, al despertar sobre quiénes pueden ser.
Desde el Sahel se internacionalizan otras voces como la del guitarrista y compositor tuareg nigeriano Mdou Moctar, con letras sobre el amor, la religión, los derechos de las mujeres, la desigualdad y la explotación de África occidental por parte de los poderes coloniales.
Las nuevas generaciones: continuidad y expansión global junto a las voces de la diáspora
Siguiendo a sus predecesores, las generaciones más jóvenes han continuado haciendo de la música una herramienta de expresión cultural y política. Inspirándose en el pasado, adaptándose a los nuevos tiempos mediante el recurso a sonidos y estilos más modernos y aumentando su penetración en la escena internacional.

Una parte importante del panorama musical amazigh de las nuevas generaciones tiene su epicentro en Marruecos. En este contexto, sobresalen grupos musicales de las últimas décadas cuyas melodías emergen del sudeste del país, como Saghru Band, Tasuta N-Imam o Tarwa N-Tiniri.
Saghru Band, ganó notoriedad por mezclar el rock con elementos tradicionales amazigh en un contexto de ciertos avances de la causa amazigh en el país —como la creación del Instituto Real de la Cultura Amazigh en 2001—. A través de la música, Saghru Band ha abordado temas como la opresión cultural, la injusticia y la lucha por los derechos de los amazigh. Sus canciones, han supuesto una llamada a la movilización y defensa de los imazighen, y han actuado como un puente entre generaciones.
Con un enfoque más sofisticado, Meteor Airlines incorpora influencias del pop, la música electrónica y los géneros urbanos. A través de su estilo ecléctico, logra conectar con un público joven que busca una identidad amazigh que dialogue con la modernidad, sin dejar de lado sus raíces. Esto se refleja, por ejemplo, en su puesta en escena. Tanto en sus apariciones públicas como en conciertos, entrevistas o actividades promocionales, el grupo viste una indumentaria tradicional llamada Azennar o burnous. Según el grupo, la idea de llevar el “Azennar”, refleja el espíritu de unidad y liderazgo colectivo. Haciendo eco, al mismo tiemplo, de su tradición y cultura.
Embebido en esta misma corriente, Tarwa n-tiniri (“los hijos del desierto”) está conquistando la esfera nacional y expandiéndose hacia la internacional. Lo anterior, a través de composiciones donde los sonidos tradicionales amazigh se entrelazan con el jazz, el regge y el blues del desierto y donde la estética del desierto vuelve a estar muy presente.
Por su parte, Tasuta N-Imal (“generación futura”), recurre a los patrones del blues del desierto para, a través de la música, vehicular la historia, los valores y las tradiciones de los habitantes nómadas y grupos sedentarios del sudeste.
Estas son sólo algunas de las bandas que inundan el rico escenario musical amazigh marroquí, donde, existen distintos cantautores como Imran Azrou; Kawtar Sadik, quien combina rock y rap en árabe y tamazight con composiciones de carácter fusión; Jubantouja, que mezcla indie rock alternativo con la rica herencia cultural amazigh; o el dúo Sarah and Ismael, que, entre Shanghái y Marruecos, crea producciones musicales que integran soul, jazz y ritmos de Tamazgha (neologismo que hace referencia al territorio amazigh).
Además, el escenario local cuenta con grupos de menor proyección internacional pero de gran reconocimiento regional, como Tagrawla ("revolución”), con un marcado carácter activista y compromiso con las causas sociales y culturales de los imazighen.
En el caso de Argelia, destacan voces como la de Ali Amran, así como otros grupos populares y artistas como Amzik, Taous Arhab, Nouria o Celia Ould Mohand. Aunque la mayoría de sus conciertos tienen lugar en el país, especialmente en la región de Cabilia, muchos también son, en ocasiones, invitados por la diáspora amazigh en países como Canadá y Francia.
Aterrizando en el Mali, pero uniendo artistas de distintos horizontes (Mali, Nigeria, Argelia y Francia), nos encontramos con grupos como Tamikrest (“nudo, coalición, conexión”. Un grupo musical inspirado por la estela de Tinariwen, y heredero de referentes como el músico y agricultor Ali Farka Touré (precursor de un estilo propio basado en una tradición ancentral y en conexión con el blues rural americano, que dio lugar a la etiqueta de desert blues).
Estos son solo algunos de los numerosos artistas que han surgido en esta última etapa, acompañados por un creciente incremento en su visibilidad. En este contexto, el rol de la diáspora amazigh como productora y receptora de arte resulta clave.
Un ejemplo es el de NaYra, quien ha encontrado en su música una forma de reconciliar su herencia cultural con su vida en un contexto globalizado. Su estilo mezcla influencias del pop contemporáneo con ritmos amazigh, creando un sonido fresco que refleja la experiencia de los jóvenes amazigh en la diáspora.
Otro caso representativo es el de Hindi Zahra, quien canta en inglés y bereber chleuh, fusionando sonidos chleuh con blues, jazz, folk estadounidense, música egipcia o con la influencia de otros cantantes africanos como Ali Farka Touré y Youssou N'Dour.
La lengua y la lucha: un patrón que se repite y diluye fronteras
Tanto en las montañas del Atlas como en el desierto del Sahara, o en las ciudades globales donde vive la diáspora amazigh, la música amazigh se presenta como un lenguaje universal que une pasado, presente y futuro.
A nivel temático, un porcentaje significativo de las letras podría catalogarse como “canción protesta”. Predominan canciones con tintes políticos, que guardan relación con la imposibilidad que estos pueblos han tenido para vivir y expresarse. Aquí, la cuestión de la identidad emerge como un elemento persistente y se da paso a la formulación artística de preguntas como: ¿Quiénes somos? ¿Por qué estamos dominados? ¿Quién es responsable de esta situación? Junto a ello, se suma una serie de temáticas como son el amor, la filosofía y la sociedad.
En el caso de las mujeres, esta construcción de las identidades amazigh contemporáneas a través de la música va, en muchas ocasiones, acompañada de una reflexión de género. Acudimos al nacimiento de artistas que protestan desde su posición minorizada en relación con los hombres, presentando o discutiendo los roles atribuidos a las mujeres y las normas sobre la feminidad en sus propias comunidades —aquí nos encontramos con nombres como Hindi Zahra, Nouara, Cherifa, Tabaaramte y Djurdjura—.
En lo que respecta a la forma, los artistas recurren a sus propios dialectos —ya sea de manera independiente o combinándolos con otros idiomas—. Acuden a estilos musicales y, en muchos casos, a una estética que deriva de las tradiciones de sus pueblos. Con ello, marcan su diferencia en la escena internacional, al tiempo que responden a la presión de las lenguas y los sistemas políticos hegemónicos.
En su complejidad y riqueza, al igual que la sociedad, la música amazigh se configura como un espacio en constante evolución. Ésta, no solo preserva la identidad, sino que también conecta pasado y presente, impulsa la innovación y trasciende fronteras —físicas e imaginarias—.
A través de la música, los imazighen han penetrado la esfera pública global, consolidándose en torno a una identidad común que, pese a su diversidad interna, ha resistido múltiples intentos de asimilación cultural y sobrevivido a políticas de opresión y marginalización.
Como ya lo anticipaban las visitas frecuentes de Idir a Marruecos y su conocida amistad activistas amazigh del país, o ejemplos más recientes como Saghru Band y su conexión con Oulahlou, la música ha trazado un puente entre las voces y las mentes de Tamazgha y su diáspora, uniendo a artistas y a receptores de arte. Se trata del tejido de una red cultural amazigh que sigue expandiéndose, uniendo generaciones en un legado compartido que desafía el tiempo y las fronteras.