Un régimen de Hakuna Matata
En prensa, el silencio siempre es un mal presagio, la señal de que el miedo le ha ganado la batalla a la independencia. Si el cuarto poder no critica, la impunidad se convierte en norma.
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En prensa, el silencio siempre es un mal presagio, la señal de que el miedo le ha ganado la batalla a la independencia. Si el cuarto poder no critica y no señala, si tan solo alaba y aplaude, la impunidad se convierte en norma. Entonces, una pregunta cobra suma importancia: ¿Por qué? ¿Acaso no sucede nada relevante en los lugares de los que no oímos hablar? ¿Qué hay detrás del silencio?
Elena y David son dos turistas españoles que aterrizaron en el Aeropuerto Internacional de Kilimanjaro a principios de junio. Es la primera vez que ponen un pie en África, y su plan es muy parecido al que deciden hacer la mayoría de los casi dos millones de turistas que cada año visitan Tanzania: recorrer algunos parques nacionales, montarse en cuatro por cuatro para fotografiar a los exóticos animales durante el safari y rematar las dos semanas de vacaciones en una playa de arena blanca de Zanzíbar.
Elena y David comentan riendo que han venido “a que nos lo den todo hecho”, y me da por preguntarles, a riesgo de arruinarles su idílica estancia, si han oído o leído algo acerca de los desalojos de los masáis, esos hombres y mujeres saltarines, de caras adornadas con bisutería multicolor y sandalias hechas a base de neumáticos, que tantas veces hemos visto en los documentales. “No. ¿Qué es lo que pasa?”, preguntan. Me gustaría decirles que precisamente los mismos caminos de tierra que ahora transitan, los mismos bosques con los que se deleitan la vista, son hoy el terreno más pantanoso de un gobierno que ha decidido priorizar la comodidad de los turistas y los cazadores frente a la vida de las culturas indígenas que habitan esas tierras desde hace más de 400 años. Pero no se lo digo. Hakuna matata, Elena y David.
Lo que sí he hecho durante estos últimos tres meses ha sido preguntar lo mismo a distintos grupos de turistas, obteniendo, para mi sorpresa, respuestas similares: ninguno sabe nada sobre el Oleoducto de Petróleo Crudo (EACOP) que atraviesa el país hasta la costa oriental, ni tampoco que la presidenta Samia Suluhu Hassan está vendiendo a pedazos los recursos naturales al mejor postor (especialmente a países del Golfo), ni que hay miles de desplazados climáticos afectados por las inundaciones que viven abandonados en campos de los que nadie ha oído hablar, ni de las muertes de los mineros, ni de la persecución a los activistas…y mucho menos que a apenas cuatro kilómetros de donde los turistas pasan la noche durante el safari, 70.000 masáis están en peligro de ser desalojados de forma violenta. Sí, el cerco informativo en Tanzania es una realidad. Ahora bien, ¿a qué se debe tanta opacidad?
Desde la llegada al poder de John Magufuli en 2015, un outsider político elegido para renovar la menguante popularidad del histórico Chama Cha Mapinduzi (CCM, o Partido Revolucionario), Tanzania comenzó a navegar las aguas que marcaron el rumbo hacia la deriva democrática en la que hoy está inmerso. Evidenciando el corte autoritario del presidente, las regulaciones adoptadas en los años de mandato de Magufuli comenzaron a limitar el tipo de informaciones que los medios de comunicación podían y no podían compartir. En 2016, el parlamento aprobó la Ley de Servicios de Medios, una medida que otorgó al gobierno el poder de prohibir la publicación de contenidos a periódicos y periodistas no acreditados.
La prensa libre quedaba, tras su aprobación, bajo amenaza: se cerraron medios de comunicación independientes, se impusieron tasas inasumibles para que los creadores de contenido obtuvieran licencias, se encarcelaron a líderes de la oposición por utilizar “lenguaje insultante contra el presidente” y se clausuraron plataformas de investigación anticorrupción, como la popular Jamii Forums. “Tengan cuidado, miren esto. Si creéis que tenéis ese tipo de libertad, no es hasta ese punto”, señalaba en marzo de 2017 Magufuli, dirigiéndose a los propietarios de los medios de comunicación y apuntando a los límites a la libertad de prensa.
Tanzania es uno de esos casos paradigmáticos (aunque poco conocidos) donde el poder político se ha hecho con el control riguroso de los medios de comunicación para proyectar una imagen de estabilidad. Posicionado en el panorama global como una de las economías más estables de África y uno de los principales destinos turísticos a nivel mundial, el país no puede permitirse que el castillo de naipes que sostiene su economía y su status quo se derrumbe.
Ese establishment político comenzó con Julius Nyerere, el vitoreado primer presidente de la república, quien imaginó (influenciado por la China de Mao Tse-Tung) un nuevo modelo de sociedad al que apodó Ujamaa, un movimiento definido como el socialismo africano. La coalición entre la Unión Nacional Africana de Tanganica (TANU) y el Partido Afro Shirazi gobernó hasta que, en 1977, se unificó bajo el nombre común del Partido de la Revolución (Chama Cha Mapinduzi). Hoy, el CCM es el inamovible partido político gobernante de Tanzania, y la formación que más años lleva en el poder de todo África.
Concebido por Nyerere como el partido de la reconstrucción (visionó una democracia inclusiva, con prensa libre, tolerante a las críticas, respetuosa con las minorías y con límites al poder), el CCM se ha convertido hoy en todo lo que un día condenó. Su apoyo a las transiciones democráticas en África y su papel como mediador, por ejemplo, durante las tensiones internas del Congreso Nacional Africano antes de la renuncia de Jacob Zuma en 2018, han quedado atrás, ocultos en la memoria de una época de regeneración e independencia liderada por Nyerere.
Solo en 1992 se permitió la política multipartidista en el país. La llegada de John Magufuli en 2015 trajo consigo la imposición de un programa anticorrupción que resonó en los círculos internos del partido y en la sociedad. La utilización de la medida como método de persecución de sus opositores debilitó aún más la confianza en los líderes y así, las instituciones más importantes como el parlamento o el poder judicial se vieron sistemáticamente debilitadas.
Y la guerra contra los medios independientes continuó: después de que seis grupos de defensa de los derechos humanos, organizaciones de medios de comunicación y blogueros se unieran para presentar una demanda conjunta ante el Tribunal Superior de Tanzania para detener la aplicación de la Ley de Servicios de Medios, en enero de 2019, la orden fue revocada por la misma corte, y más medios de comunicación fueron silenciados: “El CCM estará en el poder para siempre, por la eternidad”, proclamaba.
Sus declaraciones populistas contra la homosexualidad y sus llamados a prohibir el ingreso de niñas embarazadas a las escuelas también le hicieron ganarse la animadversión de los grupos de derechos humanos, pero fue el silencio mediático y la persecución a la oposición y activistas lo que evidenció la deriva democrática de Tanzania.
En 2021, Samia Suluhu Hassan tomaba el relevo y se convertía en la primera presidenta del país. A pesar de que, con su llegada, se vislumbraba una mejora en las libertades democráticas, el miedo ya lo había calado todo. Es por eso que hoy, y así termino, el periodismo independiente se ha alzado como la mayor amenaza para desenmascarar a un régimen que, a pesar de sus muchos esfuerzos por dibujar un panorama optimista y pacífico, esconde en sus capas subcutáneas una estrategia de represión sistematizada al dedillo, a través de la cual, a lo largo de muchos años y tras muchos métodos nada simpáticos, han conseguido instaurar el miedo.
No es de extrañar que en 2024, Reporteros Sin Fronteras clasificara a Tanzania en el puesto número 97 en el Índice de Libertad de Prensa, por debajo de países como Burkina Faso o Guinea-Bisáu. La imagen de que todo va bien y todo funciona (el famoso lema del hakuna matata) repetida como un mantra en el país, queda empañada tras una capa de fango mediático, donde los medios funcionan más como boletín que como contrapoder. Para los informadores, eso puede parecer una obviedad, pero no lo es para los cientos de miles de turistas que cada mes eligen mirar para otro lado y volar a Tanzania como destino vacacional. ¿Quién es el culpable, el que oculta o el que decide no mirar? Pensémoslo.