Autor invitado: Unai Yoldi Hualde
A Donald Trump le quedaba un mes en la Casa Blanca cuando decidió tomar una de sus últimas polémicas decisiones como mandatario de Estados Unidos: reconocer la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental a cambio de que Rabat normalizara sus relaciones diplomáticas con Israel. Era el 10 de diciembre de 2020 y no había pasado ni un mes desde la vuelta a la guerra activa entre el Frente Polisario y Marruecos tras romper el país alauita el alto al fuego firmado en 1991. Este sábado se cumple un año de la vuelta a las armas.
Para entender el conflicto hay que ir a su raíz. EE.UU. buscaba que otro país musulmán estrechase lazos con Israel, que hasta entonces tan solo lo habían hecho Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y Sudán. Para Marruecos, el beneficio de ese acuerdo era claro: que por primera vez una gran potencia mundial reconociera su soberanía sobre el Sáhara Occidental. Hasta el momento, nadie había tomado una medida que va en contra de lo que dicta el derecho internacional y las resoluciones de la ONU, que pide un referéndum de autodeterminación saharaui desde 1991 por un territorio que ocupó Marruecos en 1975 y que desencadenó un conflicto que dura hasta nuestros días.
En Rabat confiaban en que a Estados Unidos le seguirían otros países aliados para así terminar de imponer su mandato de facto sobre el último territorio de África pendiente de descolonizar. Sin embargo, un año después la comunidad internacional no ha hecho el juego a Rabat y a Washington, lo que ha enfadado a Marruecos. El Rey Mohamed VI ha presionado a Europa y especialmente a España, dando rienda suelta a la migración que en este último año ha afectado a la costa canaria y a la ciudad de Ceuta. A la par, el monarca trata de tapar por todos los medios una guerra contra el Frente Polisario que le desgasta desde hace un año.
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