Uganda: donde la enfermedad carcome el pupitre
El 8 de noviembre, el gobierno de Uganda tomó una decisión drástica: el trimestre acabaría diez días antes y las vacaciones de Navidad empezarían el 25 de noviembre. Aunque cabe pensar que en Europa muchos jóvenes estarían contentos, la situación no es alentadora: el brote de ébola había matado ya a ocho niños y el objetivo era contenerlo en las aulas.
No era la primera vez que los niños volvían a casa. Al contrario, llevaban poco tiempo en la aulas: el 10 de enero de 2022 los niños volvían tras casi dos años con las escuelas cerradas por el brote del Covid-19. 83 semanas sin clases que hicieron que el país del Este de África fuera el que más prolongara el cierre de escuelas. Ahora, una nueva enfermedad, más letal, volvía a poner en jaque la educación de millones de niños.
Con el 77% de su población menor de 25 años, la decisión de cerrar las escuelas no es solo un hándicap a corto plazo para muchas familias que no se pueden permitir tener a sus hijos en casa todo el día, sino sobre todo para el futuro del país. Sin plan alternativo, la falta de educación retrasa a Uganda y muestra las brechas de enfermedades imprevistas en el derecho a la educación.
Los efectos de los cierres totales
Dos años de cierre no son solo dos años de escolarización. Varios estudios han demostrado que los niños y niñas ugandeses han perdido hasta 2,8 años de conocimiento con respecto a sus vecinos de otros países por no atender a la escuela. A falta de un plan para volver, la escuela acabará más tarde y la entrada al mundo laboral también. Eso para quienes apuesten por volver. Uno de cada diez directamente no volvió a un colegio o instituto, en muchos casos porque no se lo podían permitir. También está el caso de colegios sin fondos que no pudieron volver a sacar las tizas, dejando a muchos niños sin opción.
Ello ha aumentado esos indicadores contra los que se lucha con vehemencia en todo el mundo: los embarazos no deseados entre niñas y adolescentes y el trabajo infantil. Aquellas chicas entre 10 y 24 años sufrieron un aumento del 22,4% en los embarazos y el trabajo infantil pasó a de un 21% a un 36%, espoleado principalmente por ellas, las mujeres.
Aunque algunos estudios demostraban que el impacto negativo podía no ser tal, al pulsar la lupa se demostraba que los más pobres y desfavorecidos sí veían retrasado su conocimiento. Es decir, el cierre era una cosa de clase social. Aquellos niños que no sabían leer ni entender las palabras del abecedario se multiplicó por dos. Es decir, se deja atrás a los más vulnerables.
A pesar de todos los efectos negativos, quizá el mayor es el impacto en la mentalidad de los padres. Al ver que es el propio gobierno quien cierra las escuelas como si no pasase nada, la importancia que se le da a la educación disminuye, reduciendo la posibilidad de que los niños atiendan clase, o al menos que vuelvan de manera sostenida a lo largo de los años.
Es por ello que las políticas restrictivas del gobierno de Uganda pueden ayudar a paliar una emergencia humanitaria en el corto plazo, pero genera una a largo plazo. Para poder arreglarlo deben considerar otras opciones como dar clase al aire libre con separación entre niños, dar clase por las radios locales incluso organizar clases reducidas por comunidades con el profesor desplazándose con el apoyo del gobierno.
Esta es una pieza en colaboración con la oenegé The South Face.