La información en el Sahel: una verdad seleccionada
Hubo un momento en la historia de la comunicación donde la información se confundió con la propaganda. Y la propaganda se convirtió en información.
Hoy estrenamos algo que llevábamos tiempo rumiando: la sección de opinión. Cada mes tendréis una tribuna de un autor invitado o de parte del equipo de África Mundi sobre un tema de total libertad del autor. La idea es poder acercar a los lectores de África Mundi la visión de personas con conocimiento de causa sobre el continente africano.
Las opiniones vertidas aquí no tienen por qué reflejar ni ser compartidas por la dirección de África Mundi. Con esto buscamos fomentar el pensamiento crítico y dar libertad de expresión a las personas que escriben desde y sobre África con continuidad en castellano. Bienvenidos, bienvenidas, a La Opinión.
Hubo un momento en la historia de la comunicación donde la información se confundió con la propaganda. Y la propaganda se convirtió en información. Esto no significa que la información difundida con fines propagandísticos sea necesariamente falsa, aunque hay casos donde lo es; la propaganda puede también entenderse como la difusión de información (verdadera) seleccionada para beneficiar a los órganos de poder involucrados, donde otras realidades del mundo quedan ocultas tras un muro de censura y coacción.
Esta máxima encuentra una representación diaria en el Sahel, donde la información y la propaganda se mezclan y confunden hasta que se vuelve sumamente complicado diferenciar entre ambas. La propaganda publicada bajo el disfraz de la información encuentra además una nueva fortaleza cuando se alimenta de la ideología.
En el Sahel pueden encontrarse dos grandes ideologías enfrentadas: primero, el nuevo panafricanismo que representan las juntas militares y su alianza con Rusia, y segundo, la visión de un continente, África, donde se considera que el ansiado desarrollo puede llegar mediante la colaboración con Europa y Francia. Ambos extremos viven sujetos a intereses que tergiversan la realidad de forma que no siempre es consciente. Las juntas militares vilipendian cada rincón del pensamiento europeo, mientras los medios de información occidentales esconden la realidad panafricana bajo el título “prorruso”, como si las ansias de liberación del pueblo africano no existieran, como si cuatrocientos años de esclavitud, colonialismo y neocolonialismo no fueran base suficiente para alimentar una idea, como si el africano actuase movido únicamente por los hilos que maneja el Kremlin y no por su propio interés.
La propaganda de ambos lados cumple múltiples funciones. Desde una perspectiva próxima a las juntas militares, consigue varios objetivos: ocultar los fracasos recogidos en la lucha antiterrorista (los números de ataques y víctimas civiles han aumentado exponencialmente desde que Assimi Goita tomó el poder en Mali en 2021, este es un dato objetivo) o, en todo caso, culpar a terceros de la debacle; multiplicar el alcance de las victorias obtenidas en pro de la independencia contra la antigua potencia colonizadora, Francia, y, en menor medida, contra Occidente en su conjunto; aproximar las emociones de la población local a Rusia como aliado; expandir la nueva ideología panafricana a otras naciones del continente, asfixiando movimientos panafricanistas previos; poner en duda las buenas intenciones de Occidente en sus relaciones con África; limpiar los panoramas políticos nacionales de voces disidentes; y reorganizar el orden de prioridades a seguir para liberar a las naciones del Sahel de la violencia y de la pobreza.
Desde un punto de vista profrancés o europeísta, la propaganda también tiene su serie de propósitos: se dirige a minimizar los logros obtenidos por las juntas en lo referente a la estabilización de sus países; critica las dinámicas antidemocráticas de quienes obtuvieron el poder mediante un golpe de Estado, sin considerar que la mayoría de las poblaciones locales apoyan formas de gobierno no necesariamente democráticas, en parte por la desilusión que han supuesto las democracias corruptas en África, en parte por una base cultural y sostenida en sistemas de reinados y jefaturas hereditarias; rebajan el poder de decisión de las poblaciones africanas; obvian el papel positivo de Rusia como aliado indiscutible de las naciones del Sahel en la lucha antiterrorista y, en consecuencia, como protector de las fronteras adelantadas de Europa; y pretende poner freno a una etapa social y política imprescindible en las naciones del Sahel para el desarrollo particular de sus sistemas de gobierno, que no necesariamente deben seguir los mismos caminos que Europa tras la Revolución Francesa.
Cualquier lector con ojo crítico comprenderá que no existe una verdad absoluta que otorgue la razón a ninguna de las partes. Es cierto que el desarrollo político de los países africanos debe nacer dentro de dichos países, por mal que pese a Europa, igual que es cierto que las juntas militares no están siendo capaces de contener al terrorismo. Es cierto que Rusia utiliza su influencia en el “flanco sur” de la OTAN para debilitar a Europa mediante la ruptura de alianzas históricas y el control de los flujos migratorios, igual que es cierto que soldados rusos mueren hoy, ahora, en combates contra el extremismo religioso que amenaza nuestras fronteras. Es cierto que las políticas neocoloniales de Francia han contribuido a la pobreza en el Sahel, igual que 58 militares franceses murieron a lo largo de la ya extinta operación Barkhane. Estos rastrojos de verdad que se deslizan por la propaganda son los aspectos que la vuelven válida a ojos de un usuario, porque la propaganda no significa necesariamente desinformación en el Sahel. Debe leerse como un método de información selectiva.
Un ejemplo claro desde el punto de vista afín a Francia puede encontrarse en el medio francés RFI. Es imposible encontrar en su página web una noticia que alabe cualquier aspecto dentro de la gestión de las juntas militares. Todo son críticas. De la misma manera que ningún medio maliense podría escribir hoy en día una editorial que aplauda ciertos aspectos de la presencia militar francesa en el Sahel. Cuando RFI publica una noticia donde aparecen veinte civiles muertos en un ataque terrorista, no miente, pero desecha la verdad en tanto que no publica artículos donde se hable de ofensivas exitosas de las Fuerzas Armadas de Mali. Esto no es desinformación: es información selectiva. Verdadera pero incompleta.
Las redes sociales, con X a la cabeza, sirven con este fin. Igual que pueden encontrarse cuentas afines a Francia como @Gauthier_Pasq o @almouslime, existen multitud de cuentas afines a las juntas militares y a Rusia, como podrían ser aquellas que se desarrollan gracias a las “granjas de trols” que salieron a la luz por primera vez cuando se expusieron en 2022 a cerca de 300 empleados renumerados por Yevgeny Prigozhin, ex líder del Grupo Wagner. Otro ejemplo más reciente sería la cuenta @AESinfos, que se publicita a sus más 44.000 seguidores como portavoz no oficial de las juntas militares y que ha demostrado en sus publicaciones una clara inclinación en favor de Rusia.
Debe entenderse que estas cuentas, igual que comparten información seleccionada, también difunden información falsa. Desde el lado de las juntas, es habitual que acusen a Francia de “financiar a los terroristas” pese a no existir pruebas sólidas que sustenten esta idea. Desde el lado de las cuentas al servicio de los intereses franceses, se exageran los números de civiles muertos y se alerta sobre posibles golpes de Estado que nunca llegan a ocurrir. Los usuarios que siguen a estas cuentas no buscan necesariamente información, como desean encontrar nuevos argumentos (verdaderos o no) que sustenten su ideología. Porque el trol tiene dos partes fundamentales: un difusor de información (falsa o no, siempre seleccionada) y un número indeterminado de seguidores que apoyan y comparten de forma incondicional todo aquello que publiquen. Uno no puede existir sin el otro.
Los periodistas que actúan sobre el terreno arriesgan su vida en su búsqueda de información, algo que no ocurre entre quienes se limitan a escribir desde las redes sociales o desde las redacciones en Europa. Los periodistas que se juegan la vida buscan la verdad, porque nadie en su sano juicio se expondría al riesgo para escribir luego una información opuesta a la que obtuvieron. Sería ilógico. Para mentir no hace falta salir de casa. Y los periodistas sobre el terreno pueden perder mucho. Quienes escriben desde un sofá sólo pueden perder seguidores que pronto podrán ser recuperados. Un análisis crítico del campo de la información en el Sahel expone que la información más fiable viene por consecuencia de aquellos que más pueden perder, incluso la vida.
Sin embargo, la situación actual ha derrumbado lo que el sociólogo Georg Simmel definió como confianza sistémica: la creencia abstracta de los sujetos modernos en la respuesta fiable de los sistemas especializados de conocimiento. La confianza depositada en los periodistas sobre el terreno, cada vez menos numerosos como consecuencia de las políticas de expulsión de las juntas militares, se ha visto enormemente debilitada en favor de usuarios que, probablemente, nunca han puesto un pie en el Sahel o que jamás se han relacionado con sus poblaciones más allá de las capitales.
Las capitales son asimismo un aspecto fundamental de la desinformación en el Sahel. Esto se debería, en parte, a que la inmensa mayoría de los periodistas y tuiteros reducen sus fuentes y sus movimientos a Bamako, Niamey y Uagadugú. Esto limita la visibilidad de las zonas rurales y crea un espejismo, el espejismo de las capitales, en donde el apoyo masivo que reciben las juntas militares en ellas se confunde con un apoyo masivo a niveles nacionales. Sabemos que la población de Bamako (que no ha conocido la guerra y que vive una realidad más próxima a un ciudadano de Dakar, Senegal, a la que viven los pobladores rurales de los alrededores de Mopti) apoya a las juntas. Pero, ¿qué sabemos de las poblaciones de Gao o Ménaka? En las redes sociales encontramos decenas de vídeos de concentraciones en Niamey, Níger, a favor del general Abderramán Tchiani, pero apenas se difunden imágenes sobre la manifestación que tuvo lugar este mes de mayo en la pequeña localidad de Tillabéri y que criticaba el deterioro de la seguridad en el país tras el ascenso al poder de los militares.
Un ejercicio que podría realizar el usuario para distinguir la utilidad de la información sería el de comprobar de dónde proviene. Si una cuenta de redes sociales o un periodista favorables a las juntas basan sus argumentos en acontecimientos sucedidos en las capitales, mientras omiten cualquier tipo de información en lo referente al sentir de las poblaciones afectadas por el conflicto… esa información es seleccionada e incompleta. Si una cuenta de redes sociales o un periodista favorables a Francia basan sus argumentos en las quejas de las poblaciones afectadas por el conflicto pero omiten los acontecimientos sucedidos en las capitales… esa información es seleccionada e incompleta. Al final, cuando se busca una verdad en la selva de las palabras, una nación debe observarse y analizarse en su conjunto para obtener la perspectiva adecuada.
Igualmente, no debe desestimarse toda la información difundida por canales opuestos a los intereses del usuario. En ocasiones, las fuentes de las que disponen escapan al alcance del lado contrario y, en consecuencia, la información que facilitan es inalcanzable para los voceros de nuestra perspectiva. La única forma de combatir la desinformación en el Sahel, en definitiva, consiste en mantener una postura crítica que permita desbrozar por separado cada uno de los artículos y posts publicados, a sabiendas de que hoy no existen apenas informadores que escapen al sesgo ideológico que confundió, puede que antes de lo que imaginamos, la información y la propaganda.