¿Quién controla Libia? Crónica de un país partido en dos desde la caída de Gaddafi
🇱🇾 Gaddafi creó un régimen a su imagen y semejanza, pero sus logros iniciales se tornaron en contra con sus medidas dictatoriales. La OTAN le quitó de en medio y desde entonces Libia vive en crisis.
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Libia, una nación rica en petróleo situada en el corazón del norte de África, ha estado atrapada en un estado de caos político y militar desde la caída de Muamar el Gadafi en 2011.
El vacío de poder resultante dio lugar a una fragmentación del estado y al surgimiento de facciones rivales que compiten por el control del país. Desde 2014, el país ha quedado dividido entre dos polos de poder principales: el Gobierno de Unidad Nacional (GUN), reconocido internacionalmente y con sede en Trípoli, y el Ejército Nacional Libio (LNA), liderado por el general Khalifa Haftar, que domina el este y partes del sur del país.
El conflicto entre estas dos facciones ha afectado profundamente la estabilidad, la economía y la vida cotidiana de la población libia. Aunque un alto al fuego mediado por la ONU en 2020 logró frenar temporalmente los enfrentamientos, la falta de avances hacia una solución política ha perpetuado la fragmentación del país. En 2024, Libia sigue siendo un terreno de disputa entre actores nacionales y potencias extranjeras, con implicaciones que van más allá de sus fronteras.
La Gran República Árabe Libia Popular y Socialista y el nacimiento de Gaddafi
Todos conocemos a Gaddafi, pero, ¿cómo ascendió hasta el poder? Imaginemos Libia en los años sesenta, más bien a finales. Un país con enormes reservas de petróleo al que su riqueza no llegaba al pueblo. El Estado estaba gobernado por el rey Idris I, quien era visto como débil y que estaba muy alineado con Occidente y bastante desconectado de las necesidades reales de la población.
En este contexto, un militar carismático e inspirado por el nacionalismo árabe que estaba en auge y con líderes de inspiración como Gamal Abdel Nasser en Egipto formó su “Nueva Libia”. Cuando el rey Idris I estaba fuera del país, los oficiales militares de Gaddafi tomaron el control de los principales puntos estratégicos, como estaciones de radio y cuarteles. En cuestión de horas se anunció que la monarquía había sido derrocada y que el poder ahora estaba en manos de un Consejo de Comando Revolucionario.
Gaddafi creó un gobierno socialista conocido como Yamahiriya, que la traducción sería “Estado de las masas”, que pretendia ser un sistema de gobierno directo donde el propio pueblo ejercía el poder mediante la participacion directa y protagonista en las tomas de decisiones, todo esto basado en lo anteriormente dicho del panarabismo y el islam.
Uno de sus grandes proyectos fue transformar completamente Libia, especialmente usando las riquezas del petróleo. Lo primero que hizo fue nacionalizar la industria petrolera. Con eso, emprendió reformas que cambiaron la vida de muchos libios al generar muchos puestos de trabajo y mover la economía del país.
Gaddafi introdujo un sistema de seguridad social, asistencia médica gratuita, y electricidad gratis para todos. Su revolución no solo era una fachada, la tasa de alfabetización, que antes era de apenas un 5%, llegó a ser del 83%.
En la década de 1970, el PIB per cápita subió a más de 11.000 dólares, lo que ponía a Libia en el top 5 de África en términos de desarrollo humano, superando inocuos a países ricos como Arabia Saudí. También se creó el Gran Río Artificial, un megaproyecto que canalizó agua fresca a regiones desérticas. Y lo más llamativo es que todo esto lo hicieron sin endeudarse, porque Gaddafi no pidió ni un préstamo al exterior.
El líder libio también se enfocó al principio en los derechos de las mujeres y promulgó una ley que garantizaba la igualdad salarial y penalizaba el matrimonio de niñas menores de 16 años.
Pero no era todo progreso: Libia tuvo roces serios con Chad en los años 80 por apoyar a grupos rebeldes en su guerra civil. Posteriormente Libia invadió Chad, pero después los chadianos lograron expulsarlos en lo que llamaron la “Guerra de los Toyota”, porque esa marca de pickups eran las que se usaban como vehículos militares.
Por si fuera poco, Gaddafi tuvo muchos problemas con Occidente. En 1986, Ronald Reagan ordenó bombardear Trípoli y Bengasi como respuesta a ataques terroristas que, supuestamente, Libia había apoyado. En estos ataques murió la hija adoptiva de Gaddafi. Después vino el atentado de Lockerbie, donde explotó un avión comercial que cubría la ruta entre Frankfurt y Detroit en esa localidad escocesa. El gobierno de Libia fue acusado de estar detrás del atentado, lo que llevó a sanciones internacionales que dejaron al país aislado hasta que, en 2003, Gaddafi aceptó la responsabilidad de ciudadanos libios en esos atentados y pagó indemnizaciones a las víctimas.
La caída de Gaddafi y la Guerra de Libia de 2011
Gaddafi reinó hasta que en 2011 se desataron las protestas de la “Primavera Árabe”. En Libia, las manifestaciones comenzaron en Bengasi, pero en cuestión de días se convirtieron en un levantamiento armado contra el régimen de Gaddafi.
Después de 42 años de control absoluto, el descontento popular era evidente: la corrupción, desigualdad y la falta de libertades básicas habían creado un caldo de cultivo perfecto para el levantamiento. Su gobierno respondió con una brutalidad increíble: bombardeó ciudades y reprimió a los manifestantes con mercenarios y su ejército. Pero la situación se le escapó de las manos. En discursos televisados, Gaddafi se refería a los rebeldes como "ratas" y juró luchar "hasta la última gota de sangre". Ordenó ataques indiscriminados contra zonas controladas por los opositores y movilizó a mercenarios extranjeros para sofocar la rebelión.
El dictador tenía las de ganar hasta la intervención internacional. La OTAN, respaldada por una resolución de la ONU, empezó a bombardear las fuerzas de Gaddafi para “proteger a los civiles”. Fue un golpe durísimo para él, pues su Ejército no podía competir contra una coalición internacional con poder aéreo muy superior. En paralelo, las fuerzas rebeldes se organizaron rápidamente. Crearon el Consejo Nacional de Transición (CNT) como su órgano político y militar, con sede en Bengasi. Este grupo comenzó a ganar reconocimiento internacional, lo que debilitó aún más la legitimidad de Gaddafi.
Para el verano de 2011, Trípoli, la capital, ya había caído en manos de los rebeldes. Gaddafi huyó a su ciudad natal, Sirte, una de las fortalezas leales a su régimen. Sin embargo, Sirte también sucumbió a los rebeldes después de unas semanas de intensos combates.
El día 20 de octubre de 2011, mientras intentaba escapar de Sirte, Gaddafi fue localizado por fuerzas rebeldes. Se había escondido en una tubería de drenaje, un lugar simbólicamente irónico para un hombre que una vez se había autoproclamado como el “Rey de Reyes de África”. Los videos de su captura, grabados con teléfonos móviles, muestran a Gaddafi herido, humillado y rodeado de una multitud enfurecida. Poco después, fue ejecutado por la multitud.
La caída y fragmentación de Libia
Tras la ejecución de Gaddafi en 2011, el régimen colapsó por completo, pero no había nada sólido para reemplazarlo. Durante más de cuarenta años había reinado con un sistema que concentraba todo el poder en él y debilitaba cualquier institución independiente. No había partidos políticos fuertes, ni un ejército unificado ni una estructura democrática. Cuando Gaddafi desapareció, dejó un vacío de poder enorme.
En lugar de una transición ordenada, las facciones que habían luchado contra Gaddafi comenzaron a enfrentarse entre sí. Cada grupo quería quedarse con su parte del pastel: ciudades, regiones y recursos, especialmente el petróleo. Así comenzaron las luchas internas.
En 2014, Libia se fragmentó aún más con la creación de dos gobiernos rivales:
El Gobierno de Unidad Nacional (GUN), con sede en Trípoli, apoyado por la ONU, pero débil y con poco control real fuera de la capital.
El Ejército Nacional Libio (LNA), liderado por el general Khalifa Haftar, que controla el este del país y actúa como una fuerza militar más que un gobierno democrático.
Estos dos grupos principales se disputan el control del territorio libio, pero no son los únicos. Hay decenas de grupos locales, comunidades y grupos islamistas que también manejan partes del territorio. Por ejemplo, en ciudades como Misrata o Zintan, milicias armadas actúan como autoridades de facto.
Entre 2019 y principios de 2020, el conflicto alcanzó un punto crítico cuando Haftar lanzó una ofensiva para tomar Trípoli. Aunque inicialmente tuvo éxito, la intervención militar turca a favor del GUN revirtió la situación, obligando al LNA a retirarse. Este desgaste militar y la presión internacional crearon las condiciones para un cese de hostilidades.
Este acuerdo de alto al fuego contó con grandes puntos claves como el cese total de las armas, la retirada de tropas extranjeras y mercenarios, la reapertura de las rutas de transporte y comunicación y la unificación de las instituciones estatales, entre otras muchas.
Un país partido en dos
Tras el alto al fuego de octubre de 2020, la comunidad internacional tenía esperanzas de que Libia se encaminara hacia la paz. En 2021, el Foro de Diálogo Político Libio (FDPL), respaldado por la ONU, estableció un Gobierno de Unidad Nacional provisional, liderado por Abdelhamid Dbeibé, cuya misión principal era organizar elecciones nacionales en diciembre de ese año. Sin embargo, las tensiones entre el GUN y el LNA, así como las divisiones internas en ambos campos, hicieron imposible celebrar los comicios.
El LNA, que controla el este de Libia desde Bengasi y parte del sur, se opuso a la extensión del mandato de Dbeibé, acusándolo de usar su posición para consolidar su poder en Trípoli. En febrero de 2022, el Parlamento, aliado de Haftar, designó a Fathi Bashagha como primer ministro alternativo, creando un gobierno paralelo en la ciudad de Sirte. Este movimiento consolidó aún más la división administrativa de Libia y puso en peligro la frágil estabilidad lograda tras el alto al fuego.
Recursos petroleros: el epicentro de las disputas
El petróleo, el principal recurso de Libia, es la piedra angular de su economía y una fuente constante de conflicto entre el GUN y el LNA. Aunque ambos bandos han logrado acuerdos temporales sobre la producción y exportación de petróleo, las disputas sobre la distribución de los ingresos son constantes.
Por ejemplo, en 2022, el GUN accedió a pagar los salarios de las fuerzas del LNA para garantizar la reanudación de la producción en yacimientos controlados por Haftar. Sin embargo, estos acuerdos informales no han resuelto la cuestión fundamental de cómo distribuir equitativamente los recursos nacionales. La rivalidad por el petróleo no solo perpetúa la crisis económica, sino que también alimenta el conflicto político y militar.
La injerencia internacional
La situación de Libia se complica aún más por la intervención de actores externos, que buscan proteger sus propios intereses estratégicos y económicos. Desde 2019, el conflicto civil se ha internacionalizado, con Turquía, Rusia, Egipto, Emiratos Árabes Unidos y otros países involucrados en el conflicto.
Turquía respalda al GUN, suministrando drones y mercenarios, la mayoría de ellos sirios reclutados por Turquía que provienen de grupos armados que originalmente lucharon en la guerra civil siria contra el régimen de Bashar al-Assad. Algunos de estos grupos eran parte del Ejército Libre Sirio (FSA, por sus siglas en inglés), la coalición rebelde apoyada por Turquía, Estados Unidos y otros actores occidentales en los primeros años del conflicto, para contrarrestar al LNA. Con el tiempo, muchos de estos combatientes se reorganizaron bajo nuevas estructuras controladas por Turquía, como el llamado Ejército Nacional Sirio (SNA). Este grupo, aunque oficialmente sirio, depende en gran medida del apoyo militar, financiero y logístico de Ankara.
Por su parte, Rusia apoya a Haftar a través del Grupo Wagner, cuyos mercenarios están desplegados en las regiones orientales y meridionales. Aunque estos actores externos han evitado una escalada directa, su apoyo a las facciones libias perpetúa la división y dificulta una solución política.
Libia es clave para las rutas marítimas del Mediterráneo y es una fuente importante de petróleo para Europa. Esta realidad ha llevado a potencias como Italia y Francia a intervenir diplomáticamente y, en ocasiones, militarmente para proteger sus intereses energéticos. Sin embargo, estas intervenciones han sido insuficientes para resolver las raíces del conflicto y, en cambio, han consolidado la dependencia de Libia de actores externos.
Las consecuencias para la población
El conflicto entre el GUN y el LNA ha generado una crisis humanitaria severa. La población civil, atrapada en el fuego cruzado de las facciones rivales y las ambiciones de actores internacionales, ha sufrido un deterioro significativo en su calidad de vida.
La violencia persistente ha provocado el desplazamiento de aproximadamente 800,000 personas internamente desde 2011, según datos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). Aunque los niveles de desplazamiento disminuyeron tras el alto al fuego de 2020, muchos libios aún no pueden regresar a sus hogares debido a la inseguridad y la destrucción de infraestructura.
Además, Libia sigue siendo un punto de tránsito clave para miles de migrantes de África subsahariana que buscan llegar a Europa, muchos de los cuales enfrentan abusos y explotación en campos de detención gestionados por milicias o actores estatales.
La falta de un Estado funcional también ha llevado a un colapso en la capacidad de respuesta ante las necesidades de los desplazados. Los refugios improvisados carecen de recursos básicos como agua potable, saneamiento y acceso a atención médica, lo que agrava las condiciones ya precarias. Un ejemplo de un centro de migrantes en Libia donde se han documentado abusos graves es el centro de detención en Al-Kufra. Allí, refugiados y migrantes han sido sometidos a condiciones inhumanas, incluyendo detención arbitraria, trabajo forzoso, torturas y violencia sexual. Según informes de Amnistía Internacional, muchos migrantes enfrentan un ciclo de abusos sin salida, ya que quienes intentan escapar hacia Europa son devueltos a Libia, exponiéndose nuevamente a estas situaciones.
El sistema de servicios públicos de Libia, que ya era limitado bajo Gaddafi, ha colapsado casi por completo debido al conflicto prolongado. Actualmente, gran parte de la población enfrenta cortes de electricidad diarios que duran entre 8 y 12 horas, incluso en ciudades principales como Trípoli y Bengasi. Estas interrupciones afectan tanto a los hogares como a las infraestructuras críticas, incluidos hospitales y plantas de tratamiento de agua.
La falta de agua potable es otro problema grave. Más del 30% de los libios tienen dificultades para acceder a agua segura debido al deterioro de las redes de suministro y al control de las fuentes por parte de facciones armadas. Esto ha llevado al aumento de enfermedades transmitidas por el agua, especialmente en comunidades desplazadas y áreas rurales.
El sector sanitario de Libia está al borde del colapso. Hay una gran cantidad de hospitales y clínicas del país están fuera de servicio o funcionan a una capacidad mínima. La falta de financiación, el éxodo de personal médico calificado y los constantes ataques a instalaciones de salud han reducido drásticamente el acceso a atención médica adecuada.
Las enfermedades crónicas, las emergencias médicas y los brotes de enfermedades infecciosas son manejados con recursos mínimos. En 2021, se registró un aumento significativo en casos de tuberculosis, se estimaron alrededor de 4,000 casos de tuberculosis en Libia, con una incidencia de 59 casos por cada 100,000 personas, y otras enfermedades prevenibles debido a la falta de vacunas y medicamentos esenciales. Además de todo esto se estima que el número de personas discapacitadas en Libia está entre el 2,9% y el 14,3% de la población, con muchas discapacidades, como mutilaciones, amputaciones, parálisis o enfermedades mentales derivadas de la vida dentro de la guerra.
La economía de Libia, que depende casi exclusivamente del petróleo, se encuentra en un estado crítico. Aunque las exportaciones de crudo han continuado gracias a acuerdos informales entre el GUN y el LNA, los beneficios no llegan a la población general. El desempleo supera el 20%, y más del 30% de los libios vive por debajo del umbral de pobreza, según estimaciones recientes del Banco Mundial.
La dependencia de las redes de economía informal, muchas de las cuales están controladas por milicias, ha generado una sociedad fragmentada donde los ciudadanos comunes tienen pocas oportunidades de mejorar su situación económica. El contrabando, la corrupción y el clientelismo son prácticas generalizadas que perpetúan la desigualdad.
Más de una década de conflicto ha dejado profundas cicatrices psicológicas en la población. Los niños, que representan una proporción significativa de la población libia, han crecido en un entorno marcado por la violencia, el desplazamiento y la falta de acceso a una educación de calidad. Según UNICEF, más del 15% de las escuelas están dañadas o inoperativas, dejando a miles de niños sin acceso a educación formal.
Además, la fragmentación política y la inseguridad han debilitado la cohesión social, alimentando la desconfianza entre comunidades y pueblos. Por ejemplo, los conflictos entre las comunidades de Tebu y Tuareg en el sur de Libia han sido exacerbados por la falta de un estado central fuerte. Estas tensiones se remontan a conflictos anteriores por el control de los recursos y el poder, y se han vuelto más violentas en un contexto de inseguridad y vacío de autoridad. Los Tebu, predominantemente ubicados en el sur, han enfrentado exclusión y discriminación en comparación con otras comunidades, como los Warfalla y los Qadhadhfa, que tradicionalmente han apoyado a las facciones rivales en el poder. Esto no solo dificulta la reconciliación nacional, sino que también exacerba las tensiones locales que pueden convertirse en conflictos abiertos.
La falta de gobernanza efectiva ha permitido la consolidación de una clase dirigente que opera a través de redes corruptas. Tanto el GUN como el LNA han sido acusados de aprovecharse de los recursos del estado para sus propios fines, mientras que las necesidades de la población quedan relegadas. Ahmed Maiteeq, vicepresidente del Gobierno de Unidad Nacional (GUN), y Abdurrahman Swihli, miembro clave del Consejo de Estado, son ejemplos de cómo estas figuras han explotado su posición para controlar contratos gubernamentales y manejar fondos sin una supervisión adecuada. Esto ha fomentado la proliferación de prácticas corruptas, donde el enriquecimiento personal y el fortalecimiento del poder político han sido prioritarios sobre el bienestar público.
Por otro lado, los procesos de negociación han excluido en gran medida a actores locales, como líderes comunitarios y representantes de la sociedad civil, lo que alimenta una creciente desconfianza hacia las instituciones políticas. Esta exclusión refuerza la percepción de que el conflicto beneficia únicamente a las élites políticas y económicas, mientras que el ciudadano común paga el precio más alto.
¿Qué puede ocurrir en un posible futuro en Libia?
A pesar de los repetidos intentos de organizar elecciones, la falta de consenso entre el GUN y el LNA ha impedido avanzar hacia una solución política sostenible. En 2018, se intentó organizar elecciones presidenciales, pero estas fueron canceladas debido a los mismos problemas políticos y la falta de consenso sobre la constitución y el marco legal necesario para el proceso electoral. De hecho, las elecciones continuaron siendo pospuestas en 2022 y ahora se espera que se celebren hasta 2025, si es que las condiciones de seguridad y los conflictos políticos lo permiten.
Para salir del estancamiento en Libia, es fundamental abordar una serie de desafíos que han perpetuado la crisis política. La unificación de las fuerzas armadas es esencial para consolidar la estabilidad, ya que las milicias y las fuerzas paralelas representan un obstáculo significativo. Además, es crucial avanzar hacia una descentralización del poder que permita una distribución equitativa de los recursos y que mitigue las tensiones regionales existentes. La mediación internacional también juega un papel clave; las potencias extranjeras deben coordinarse en un marco que priorice los intereses del pueblo libio sobre las influencias geopolíticas. La ONU y otros actores internacionales deben facilitar un diálogo inclusivo, pero la solución duradera sólo puede surgir de un liderazgo libio comprometido a priorizar el interés nacional sobre las divisiones internas y las injerencias externas.