William Ruto, el más listo de la clase política en Kenia
🇰🇪 El ganador de las elecciones y quinto presidente de Kenia ha podido con las dos familias políticas más poderosas con una imagen de outsider que poco se asocia con la realidad de su carrera política.
Si hace treinta años a William Samoei Ruto le hubiesen dicho que se convertiría en presidente de Kenia, no se hubiese extrañado, hubiese sonreído al saber que su plan iba a funcionar. Con una plataforma que en Occidente se tildaría como populista y con un nombre de coalición similar a slogan de Donald Trump en su época presidencial, Kenya Kwanza (Kenia Primero, en suajili), Ruto ha acabado con las dos dinastías más poderosas de Kenia unidas por primera vez y de un plumazo: los Kenyatta y Odinga.
Así lo puso él en campaña y le ha funcionado: el Hustler Nation, llamando a aquellos luchadores económicos por sobrevivir en las capas más humildes de la sociedad, le ha aupado a la presidencia con más de 7 millones de votos, un 50,49% suficiente para vencer a su rival, Raila Odinga.
Su camino hasta aquí no ha sido sencillo, pero ha llegado tan lejos gracias a insuflar a la gente la esperanza de que si él ha podido, cualquiera puede ser presidente y acabar con las élites. Unas élites de las que, sin embargo, forma parte hace ya mucho tiempo, aunque no corra en su sangre.
Un origen humilde y conexiones políticas
En su campaña, Ruto se ha encargado de que todo el mundo sepa que la suya no es la historia de sus rivales. Él nació en Kamagut, una pequeña población a quince kilómetros de Eldoret, en el condado de Uasin Gishu, el centro del corazón del valle del Rift. Allí proviene la mayoría de la etnia Kalenjin, una de las más pobladas del país. En sus mítines recordaba a la gente que mientras Odinga y Uhuru Kenyatta crecían entre lujos como hijos del primer vicepresidente y presidente de la Kenia independiente, respectivamente, él tenía una familia sin conexión política y en su adolescencia tenía que vender pollo a camioneros para traer comida a casa.
En un contexto de país en el que el 83% de la población tampoco está conectada con el sistema, sin ninguna seguridad económica ni jurídica más que ganarse la vida día a día como puedan, esa consideración de cuna le ha venido niquelada. “Ruto es nuestro Jefe Hustler”, decía Caleb, un joven seguidor de Ruto de 22 años que celebraba su victoria en el barrio informal de Mathare, en Nairobi, tras conocer su victoria. Con la inflación disparada y el incremento en el coste de vida como principal preocupación de la población, la gente no quería la misma política de antes, sino alguien que entienda su situación, sepa la realidad de la calle y pueda decir con claridad cuánto vale un brick de leche o una barra de pan para un keniano medio, cosa que Kenyatta no supo decir con exactitud hace años en un debate presidencial. La gente busca alguien que reduzca esa angustia de no poder llenar el estómago y Ruto ha conseguido atraer esa retórica, a pesar de que el suyo está lleno desde hace décadas.
Conseguirlo será difícil, pero su principal promesa económica es reducir el coste de vida en cien días y dar préstamos fáciles de devolver por valor de 400 millones de dólares a las clases más bajas. ¿Cómo lo hará? Tal vez deportando chinos para dar trabajos a los locales. Así lo aseguró él, pero ya veremos.
Una carrera política labrada durante décadas
En su campaña se ha situado como un outsider a pesar de ser vicepresidente durante los últimos nueve años y de haber entrado en política hace tres décadas. En el año 1992, comenzó su carrera enrolado al conocido como YK92, Youth Kanu 1992, las juventudes del partido principal, la Unión Nacional Africana de Kenia (KANU, por sus siglas en inglés). Lo hizo dando su apoyo al entonces dictador Daniel arap Moi, a quien Occidente le había obligado a abrirse al multipartidismo, pero no a retirarse, por lo que decidió presentarse.. Ruto fue uno de esos chavales con ganas de intimidar a la gente que podía llegar a dudar de que debía ser la mejor opción para el país.
Muchos de estos chavales eran de la misma etnia que Moi, la Kalenji, entre ellos Ruto. Gente a la que el exdictador colocó en el poder, aunque con Ruto al principio no tuvo tanta simpatía. Cinco años más tarde, en 1997, prefería a otro candidato con mejor familia, pero aún así consiguió un sitio en el parlamento y a Moi le empezó a gustar este joven aguerrido. Tanto le gustó que le llevó a la oficina presidencial un año después y en 2002 le nombró ministro de Interior, cuatro meses antes de las elecciones en las que se retiraba. Ahí, Ruto esperaba que le pudiera nombrar su sucesor, pero sufrió una de las primeras puñaladas políticas: Moi eligió a Uhuru Kenyatta, hijo de Jomo Kenyatta, quien le había nombrado su sucesor. Ruto obedeció y le apoyó con un perfil bajo, aunque su estrepitosa derrota le abría una oportunidad cinco años después.
En 2007, tenía claro que sería él, pero la sorprendente decisión de Kenyatta de apoyar a Mwai Kibaki, de quien había sido rival, le hizo enterarse de las alianzas de intereses. Entonces apoyó a Odinga, al que llegó a nombrar presidente electo tras la tensión en el conteo que llevó al país a la peor violencia poselectoral. Tanto él como Kenyatta tuvieron un rol importante en ella alentando a las masas de sus comunidades, la Kalenjin y la Kikuyu y ambos fueron llevados a la Corte Penal Internacional. De pronto, su objetivo no sólo se había ido al garete, sino que podía irse a la cárcel.
¿Qué haría un tipo listo? Aliarse con su rival, conseguir llegar al poder y tener inmunidad. Dicho y hecho: en 2013, Kenyatta y Ruto unieron sus destinos y este supo dar un paso atrás en favor de Kenyatta, con más apoyos, especialmente entre su etnia, la Kikuyu, vital para conseguir el poder al ser la más poblada del país con una quinta parte de la población. Et voilà. Ganaron contra Odinga en 2013, impidieron el proceso y la Corte Penal Internacional decidió cerrar el proceso contra ambos por falta de pruebas. Nadie quería hablar contra el presidente y vicepresidente.
Al apoyar a Kenyatta, el apoyo tácito era un cambio de cromos nueve años después, cuando este tuviera que retirarse. Sin embargo, la ajustada reelección en 2017 sobre Odinga, anulada por la justicia y con posterior boicot del opositor, llevó ala gran traición: Kenyatta se mudó bandos, chocó manos con Odinga meses después y dejó a Ruto en la cuneta. Pero no, él no iba a desistir.
En estos cuatro años ha ido perfilándose, poco a poco, y ahora ya ha llegado al poder. Se decía que la etnia podía ser un factor menos importante, pero los Kikuyu en el centro de Kenia le han apoyado masivamente, dando la espalda a un Kenyatta del que reniegan su manejo de la economía y su traición a Ruto. A sus 55 años, Ruto sonreía mientras cogía el papel que le nombraba presidente electo. Ahora tiene nueve años por delante para dejar su legado.