Mujeres al frente en la lucha contra la úlcera de buruli en Benín
🥼 La pasión, la conciliación y la investigación cimientan las bases de este centro especializado en la ETD que pierde fuerza en el país de África occidental.

El balanceo del cuerpo de Rosette Atekpo cruje la madera del banco de la entrada del Hospital de Allada en Benín. Con cada pisada, marca el ritmo de la nana de la mañana. La nana, dulce, que rebota en las paredes del centro hospitalario, ha cumplido su misión. La pequeña Fierte se ha quedado dormida. Está apoyada en la espalda de su madre arropada por la tela wax que la sujeta, y sin perder de vista, también abraza.
- “Fierte, qué bonito nombre”, le digo.
- “Significa alegría”, responde.
- “Tiene todo el sentido”, pienso.
Rosette vuelve al escritorio. A pesar del peso de su hija, levanta, mueve, ordena y, con tras un suspiro de alivio, se sienta frente a la mesa de entrada. Es la recepción del hospital. “Trabajo en este centro como secretaria”, explica mientras arranca unos papeles de su libreta. “Ves, aquí anoto los pacientes que llegan, los que se van, los familiares que nos visitan o los medicamentos que necesitamos”, explica mientras señala los garabatos.

Pasión
Fuera de la oficina de la entrada se reúne un grupo de mujeres. Inés Tchegninougbo tiene 42 años y es el punto focal del Instituto Nacional de la Mujer en el Centro de Detección y Tratamiento de Úlcera de Buruli (conocido como CDTUB, por sus siglas en francés) del sureste de Benín, donde colabora Fundación Anesvad. Aunque lleva más de 20 años trabajando como enfermera, no ha perdido nunca la ilusión por su trabajo, a pesar de las adversidades: “Soy madre de tres hijos, con las complicaciones que implica a la hora de compaginar mi trabajo en el hospital con mis deberes en casa”, cuenta. “Esto es pasión. Adoro trabajar por y para el cuidado de las personas que sufren las Enfermedades Tropicales Desatendidas (ETD, de ahora en adelante) en la piel, sobre todo con úlcera de buruli”.
“El ambiente de trabajo alimenta mi pasión”, recalca Inés hacia el final de nuestra conversación. Huele a sororidad. Como Rosette, Inés trabaja rodeada de mujeres. Mujeres que enferman y que cuidan; que investigan y llenan el estómago de todo el personal y sus pacientes; mujeres que curan, que limpian, concilian y acompañan; mujeres al final del día. “Con suerte, en los últimos años, la sociedad ya empieza a entender la importancia y el papel de las mujeres en la salud y en el mundo profesional, en general”, añade. “Este espacio así lo demuestra”, vuelvo a pensar. En este centro de Allada trabajan alrededor de 50 personas, de las cuales 40 son mujeres.

Conciliación
En la parte trasera del hospital, un edificio, cerrado durante el fin de semana, se levanta como un espacio de juego y educación. “Entre semana, cuando todas las mujeres del centro están trabajando, sus hijos e hijas pasan el día aquí”, explica Inés. Es el caso de André Marie Lotus Hotegni, una de las médicas generalistas del centro de Allada. André Marie es madre de dos hijos, uno de cinco y el segundo de dos años de edad, y el hospital no solo es su lugar de trabajo, sino un espacio donde sus hijos también crecen y se relacionan. “Es una suerte, la verdad. Así es más fácil conciliar. También creo que es positivo que estén aquí: están conociendo una realidad, a veces, desconocida”, añade.
Hace cuatro años cayó, sin buscarlo ni quererlo, en el mundo de las ETD. Aunque al principio fue por obligación, como cuenta ella misma, ha terminado envuelta en la curiosidad, la investigación y, por supuesto, una vocación inestimable. “Cuando terminé mis estudios en Cotonú me destinaron aquí. No lo elegí, pero gracias a la formación que he recibido he conseguido integrarme en el equipo y en las necesidades del centro”, explica. “Ahora quiero continuar más tiempo, investigar, entender, involucrarme en el mundo de la salud pública…”, añade. Las ganas no se ausentan.

Tampoco se ausenta la motivación, hasta que habla de su papel como mujer. “No es difícil ser mujer en particular. Tiene un alcance general”, concreta. “He perdido la cuenta de la cantidad de veces que entra un paciente en consulta y lo primero que hace es preguntar por el doctor. No conciben que yo sea la doctora al cargo”, cuenta. “Y esto lo hacen tanto pacientes hombres como mujeres…”, añade con algo de suspicacia. Sobre el futuro, André Marie sueña con un camino alentador, esperanzador, aunque con peros y matices: “Hay mujeres que todavía no sienten que son capaces de demostrar a la sociedad lo que pueden hacer más allá del hogar y el cuidado de los pequeños”.

Investigación
Marlene Alaye ríe con André Marie. Ambas llegaron al centro de Allada el mismo año. Marlene es bióloga de formación y empezó a construir una gran parte de sus conocimientos sobre las ETD el primer día que pisó el hospital especializado en úlcera de buruli. Aunque suele vestir una bata blanca y moverse entre microscopios, también pisa el terreno: “Una parte de mi trabajo está en las comunidades rurales. Tenemos que entender cómo nacen y por qué se desarrollan las ETD”, cuenta. Allí no solo saca conclusiones científicas, sino también sociales. “Sigue existiendo un problema enorme con el estigma que entorpece el diagnóstico temprano”, añade.
Aun así, Marlene señala que el problema de acceso a la información no solo está adscrito a las comunidades rurales, sino al marco genérico de la investigación. “Durante la carrera universitaria no nos contaron que los efectos de las ETD se manifiestan de forma distinta en mujeres que en hombres. Hace falta más investigación en clave de género”, insiste. “Aquí, al menos, trabajamos en un espacio seguro”, añade.
No le falta razón a Marlene, tampoco a Inés, André Marie, Rosette ni a todas las compañeras del centro. En una de las salas de hospitalización, una paciente apoya y extiende sus piernas sobre la camilla. Detrás de ella, su hermana, que la acompaña todas las jornadas, le trenza el pelo. En el suelo, una pequeña gatea. Es su hija. Madre, hermana, tía y sobrina en una misma sala que emana sororidad.

Más que sororidad: una ETD que pierde fuerza
Cyr Ignacio Goudalo es el director del Centro de Detección y Tratamiento de Úlcera de Buruli de Allada. Especializado en salud pública, se le hincha el pecho al hablar del trabajo del personal sanitario del hospital. “El centro existe desde hace 20 años y en los últimos tiempos hemos visto una reducción importante de casos de úlcera de buruli en la zona y en el país en general”, explica. Ahora mismo, de los 50 hospitalizados, tan solo 15 están en tratamiento por úlcera de buruli. “El resto tienen enfermedades cutáneas leves”, añade.
“Los casos de úlcera de buruli están descendiendo en Benín y en el mundo entero. A veces nos encontramos con cuadros clínicos de estadio tres que no fueron diagnosticados en el momento y que, por lo tanto, clasificamos como son casos antiguos”, cuenta. Para detectarlos, insiste en salir del hospital: “Las consultas más importantes son las que hacemos en las comunidades rurales. Es una estrategia fija y avanzada para erradicar la enfermedad desde el origen y sensibilizar a la población de sus manifestaciones y consecuencias”, añade desde su despacho en Allada.