El próximo lunes 21 de junio, Etiopía celebra elecciones generales, pero no todos podrán votar. La región de Tigray es uno de los lugares donde los comicios se han pospuesto indefinidamente. Desde hace 7 meses y medio, el gobierno nacional, comandado por el primer ministro Abiy Ahmed, está en guerra en esa región contra el Frente de Liberación Popular de Tigray (FLPT), partido que gobernaba la región y representa a la etnia tigriña.
El primer ministro etíope declaró su victoria a las tres semanas tras alcanzar Mekele, la capital regional, pero meses después ha admitido que las fuerzas de seguridad nacionales siguen luchando en una guerra de guerrillas “difícil y tediosa”. Lo que en un principio se anunció como una intervención militar por un conflicto político ha acabado por convertirse en una guerra con 1,6 millones de desplazados y en la que el 91% de la población está en riesgo de hambruna.
La guerra en Tigray ha echado por tierra todo el rédito político obtenido por Ahmed en sus primeros meses en el gobierno. A pocos días de las elecciones con las que busca revalidar su proyecto, al primer ministro que se presentaba como pacifista, renovador y unionista se le amontonan los problemas dentro y fuera de su país. Ahmed no ha demostrado ser capaz de solventar un problema político y territorial enquistado en la historia de Etiopía.
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