Las cárceles que no eligió Doris Lessing
🪻 Jacaranda es espacio donde una mujer no originaria de estas tierras comparta su mirada sobre literatura, cultura y feminismos.
Debido a la incapacidad de la autora de leer 400 páginas en menos de dos semanas, la reseña de la segunda parte de la trilogía de Tsitsi Dangarembga queda pospuesta. Sin embargo, para los que estabais esperando, y ahora que ya han abierto este enlace, les proponemos leerse esta otra sobre una de las obras más brillantes de una autora al más puro estilo jacaranda: Doris Lessing. Muchas gracias y disculpen las molestias.
No tengo claro qué define exactamente a una sociedad, pero si hay algo que todas comparten es la existencia de cárceles. De una forma u otra, hemos creado espacios, tanto materiales como simbólicos, para encerrar todo aquello que se desvía de la norma y amenaza al status quo. Ya sea por considerarlo demasiado arriesgado o porque lo identificamos como malo o dañino, tendemos a relegar lo incómodo a un rincón apartado. Este sistema ha funcionado durante siglos, pero desde el pasado parece empezar a desmoronarse.
Recuerdo que descubrí a Doris Lessing, citada por otra autora como “una de las escritoras con más mala leche venida de los fines del imperio”. Creí que alguien que mereciera tal descripción necesitaba ser leída. Días después de investigarla un poco, fui a la librería y pedí “algo” de ella. Me dieron Las cárceles que elegimos, un recopilatorio de las conferencias más conocidas de la autora.
En estas Lessing habla de los grandes eventos de la historia desde una visión cotidiana. Escribe, talmente, como una mujer. Como una mujer cabreada y con mucho genio, pero una mujer al fin y al cabo. Una de las mejores combinaciones que existen en una escritora es su capacidad de ser valiente sin emular los valores de valentía que no coinciden con los propios. Ella quiere saber como el comunismo atravesó los cuerpos de todas las personas que vivieron bajo su flujo, no las batallitas que los que jugaban a la guerra tenían entre manos; habla de la minoría blanca de su infancia en Rodesia del Sur y de las injusticias que se han hecho en sus territorios.
Su propio personaje es muy controvertido, no solamente por su condición de mujer en el siglo XX, sino también por ser una mujer blanca criada en la actual Zimbabue que a la edad de 32 años decide abandonar a su familia para irse a Londres a devenir una intelectual de los círculos progresistas y comunistas. Algunos encuentran en esta una de las expresiones más claras de matar al ángel del hogar que tanto teorizó Virginia Woolf, pero para otras este crimen tradicional la convierte en una mujer impulsiva y temperamental. Quizás, simplemente, se trata de una mujer en medio de demasiadas dicotomías que tuvo que escoger qué batallas luchar. Ni la juzgo ni la justifico. A veces la vida está llena de contradicciones que una debe engullir.
Lessing no es una activista de manual, pero sí una intelectual a punto y letra. Habla de comunismo, de mentalidades de grupo, de principios de la sociología, todo con una gran capacidad para comprender lo que sus coetáneos llaman “las masas”. En una de sus conferencias, comparte:
“Día tras día nos ofrecen malas noticias, las peores, y creo que la mente humana está cada vez más predispuesta a los malos presagios y a la depresión. Ahora bien, ¿es posible que todas las cosas malas que están pasando - y no es precioso que las enumere porque todos sabemos cuáles son- sean una reacción, una resaca, a un movimiento hacia delante en la evolución social humana que no acertamos a ver?”
La autora zimbawesa comprende la necesidad de vivir al ritmo de nuestros tiempos, pero también del error que sería para nosotros perder el norte.
Como dije en mi última conferencia, creo que los que vendrán después de nosotros se maravillarán, por un lado, de que hayamos acumulado tantísima información sobre nuestro comportamiento, mientras que, por el otro, no hayamos hecho el menor intento de aprovechar dicha información para mejorar la vida que llevamos .
La “vida que llevamos”. No nuestros índices de bienestar, no nuestras necesidades y la forma en que las cubrimos, no nuestros grandes modelos y sistemas de justicia. No. La vida que llevamos, lo que pasa, lo que hay. Es con esto que trabaja Lessing. La escritora cree en las sociedades democráticas, y también que no debemos perder el norte con las alternativas que pueden llevarnos a la tiranía. De principios firmes, pero aún más determinada practicidad, la autora debate sobre hechos tan dispares como la rigidez social, la excentricidad, lo útil, la juventud o la producción cultural. Sobre los penúltimos escribe:
Pues los jóvenes todavía se permiten el lujo de creer en lo permanente. ¿Cómo¿ Que las hermosas ideas que atesoras los jóvenes acabarán en el basurero? ¡Eso sí que no!
Como todas las buenas escritoras, siendo consciente de ello o no, se avanza al momento. Sospecha, con razón, que el progreso por el progreso no nos va a llevar a ninguna parte:
Analicemos el concepto de útil. A la larga, lo que es útil es lo que sobrevive, revive, cobra vida en diferentes contextos. Se diría que hoy día la gente educada a fin de emplear de manera eficaz nuestras nuevas tecnologías constituye la élite mundial, pero a largo plazo creo que se demostrará que las personas preparadas para tener, también, ese punto de vista que antes llamaban humanista, una perspectiva global, contemplativa, serán las que ejerzen mayor influencia. Sencillamente porque esas personas comprenden más cosas de las que suceden en el mundo. No es que yo infravalore a los nuevos técnicos, al contrario, es solo que lo que ellos saben es por definición una necesidad temporal.
La perspectiva de Lessing sobre los grandes conceptos humanos es verdaderamente singular. Su manera de entender la literatura como un elemento profundamente ligado a la antropología y la historia transforma sus reflexiones en un proceso fascinante para quienes la leen o escuchan. En esta aproximación pedagógica, destaca que somos afortunados porque “podemos enseñarnos a nosotros mismos, lo que deseemos si las escuelas nos parecen insuficientes, y buscar ideas valiosas donde queramos”. Para ella, esto no es solo un privilegio de la modernidad, sino también una libertad que debemos apreciar y fomentar, lo que la consagra como una autora verdaderamente excepcional.