Juventud, ¿divino tesoro? Cinco retos del dividendo demográfico africano
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África es el continente más joven del mundo con una edad mediana en torno a los 20 años y siete de cada diez personas tienen menos de 30 años. La tasa de fertilidad en el continente es de más de cuatro niños por mujer y con los actuales pronósticos, la mitad de los jóvenes en todo el mundo serán africanos de aquí a final de siglo. Más del doble que toda la población europea.
Con estos datos, el futuro desarrollo del continente es, sobre el papel, brillante. Sin embargo, la situación no es tan sencilla. La tasa de fertilidad se reduce poco más del 1% cada año y aunque la esperanza de vida continental es de 64 años, no para de crecer. Esto significa que aunque haya cada vez más jóvenes, muchos de ellos serán niños y ancianos que tendrán que ser sostenidos por personas en edad de trabajar. La tasa de dependencia del continente africano es todavía la mayor del mundo con 78 de cada 100 personas teniendo menos de 14 años o más de 65.
A ello se le suma la falta de un mercado laboral dinámico que pueda absorber a la creciente población. En 2017, el Banco Mundial calculó que para 2035 la población activa aumentaría en 450 millones personas, pero que el mercado sólo generaría 100 millones de puestos de trabajo. No hace falta ser matemático para ver el problema.
Ante esta disyuntiva, académicos, economistas, gobernantes y periodistas llevan años publicando estudios, libros e informes sobre si el crecimiento poblacional es una bendición o un calvario. En 2013, las Naciones Unidas tituló un artículo La juventud africana: ¿una bomba de relojería o una oportunidad?. Dos años más tarde en un informe se repetía la pregunta: La transición demográfica: dividendo o desastre?. En 2021, el investigador Edward Paice publicó el libro Youthquake: por qué la demografía africana debería importar al mundo.
No es la intención de este análisis contradecir a ninguno de ellos ni sentar cátedra, pero sí repasar algunos de los retos que se han detectado y cómo afrontarlos para poder asegurar que se recogen los beneficios de tener una población joven. En total, analizaremos brevemente los cinco principales desafíos de África en cuanto a su juventud: educación avanzada, empleo formal, derechos de la mujer, urbanización y acceso a la política.
Los cinco grandes retos
1. Educación avanzada y de calidad
El continente africano ha hecho grandes esfuerzos de escolarización primaria, pero aún así existe una gran brecha con aquellos que siguen en secundaria y todavía más grave con la asistencia a universidades. Poco más de un tercio de los niños en África subsahariana siguen más allá de la primaria y menos de uno de cada diez va a la universidad.
La formación de la población es vital para poder crear empleos de calidad y valor añadido. El retorno a la inversión es evidente: una persona con título universitario acaba ganando más del doble de dinero a lo largo de su vida que una solo con un diploma escolar. A pesar de ello, los resultados académicos han empeorado en África en el último lustro. Para poder aprovechar el potencial es urgente que se hagan políticas públicas destinadas a mejorar el sistema educativo. Un primer paso sería incrementar la inversión: tan solo nueve africanos dedican más de un 20% del presupuesto anual a la educación de su población.
Sin embargo, no solo es suficiente verter dinero, hay que hacerlo con cabeza para asegurar la calidad del sistema. Garantizar la seguridad de los estudiantes, rutas de transporte baratas, formación y salarios estables para profesores y alternativas para superar hechos inesperados como la pandemia. Uganda reabrió sus colegios en enero de 2022 tras casi dos años cerrados por el coronavirus y las consecuencias serán devastadoras, retrasando la graduación pero, sobre todo, impidiendo a muchos volver. Se calcula que un 30% no pueda volver y el trabajo infantil aumente. En África hay 88,6 millones de niños trabajando.
2. El empleo formal
Las tasas de paro juvenil en la mayoría de países africanos no suele ser extremadamente alta. En 2019, tan solo 16 millones de los que tenían entre 15 y 24 años estaban oficialmente desempleados, un 12,4% del total. Ni tan mal, España roza el 30%. Pero no, esto no significa que haya un mercado laboral boyante, sino simplemente que muchos no pueden permitirse estar parados y trabajan fuera de él. El 90% de la economía africana es informal y aglutina al 70% de los trabajos.
La mayoría de la gente no tiene otro remedio que hacer cosas por su cuenta para poder tener dinero para vivir, bien sea trabajando en el campo familiar o en las calles de la ciudad comerciando productos, arreglando materiales o vendiendo comida. Todos estos empleos son precarios, ofrecen poco valor añadido y reinciden en una de las mayores problemáticas del continente: el 82% de los africanos que trabajan siguen siendo pobres.
Para poder aprovechar el potencial demográfico, los líderes africanos deben no solo invertir en educación, sino también en crear empleo estable. Varias vías son necesarias: primero, apostar por la tecnología para modernizar los procesos agrícolas y mejorar la productividad. Segundo, hace falta invertir en infraestructuras para poder almacenar y transportar productos de manera eficiente. Por último, aprovechar las oportunidades ofrecidas por el Tratado de Libre Comercio Africano (AfCFTA) impulsado en 2021 para crear un mercado africano potente que reduzca la dependencia del exterior y potencie la industrialización. El comercio intra-regional en África en 2019 fue del 12%, muy por debajo de la media entre países asiáticos y europeos, del 59% y 69% respectivamente.
El Africa Made no es solo un eslogan, sino una vía necesaria para desarrollarse de manera eficiente y generar empleo y valor añadido en el continente. Por poner un ejemplo, Costa de Marfil y Ghana producen cerca de dos de cada tres granos de cacao del mundo, pero sus granjeros solo reciben el 5% de los beneficios de la industria del chocolate. Los acuerdos comerciales con terceros impiden la industrialización: exportar el grano a la Unión Europea no tiene tarifas, pero triturarlo en polvo ya sí, de un 7,7%, y al procesarlo en manteca sube a un 15%. Es decir, el cacao sale de Ghana a un precio ínfimo y si Ghana quiere tenerlo procesado lo acaba comprando a un precio mayor, pagando mucho dinero por un producto original suyo. Algo similar y a gran escala ocurre con el petróleo, exportado crudo e importado refinado.
3. Derechos de la mujer
Uno de los grandes retos es reducir la brecha de género en el continente y ello empieza por defender los derechos de las mujeres a la educación y salud desde la infancia. Ello implica acabar con prácticas que atentan contra la salud de las mujeres. En 28 de los países africanos un total de 55 millones de niñas menores de 15 años han sufrido mutilación genital femenina, que acarrea graves consecuencias físicas y psicológicas.
En materia de salud también se ha de invertir en higiene menstrual: más de la mitad de las mujeres en países de rentas bajas recurren a remedios caseros cuando tienen la regla por falta de disponibilidad, su precio desorbitado con respecto a los ingresos y la baja aceptación cultural. En África, tan sólo las mujeres sudafricanas utilizan en su mayoría un producto industrial como compresa, tampón o copa. A ello se le une la educación sexual y la inversión en productos anticonceptivos baratos para poder reducir las enfermedades infecciosas y reducir la tasa de dependencia.
Los gobiernos africanos tienen varias políticas que podrían implementar para hacerlo realidad. Primero, eliminar o reducir los impuestos a los productos de higiene menstrual, que lo han implementado ya nueve países, y a los de salud sexual. Otra política necesaria es facilitar la educación a las embarazadas. En 2020, Sierra Leona levantó la prohibición a que mujeres en estado vayan a clase y ya son 30 los países con leyes que protegen sus derechos. La escolarización no solo contribuye a mayores ingresos, sino también a reducir el número de hijos por mujer y aumentar el bienestar.
Una de las medidas donde más hay que invertir es en incluir a más mujeres en ramas STEM. –acrónimo en inglés de las disciplinas de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas–, ya que en países como Nigeria tan solo el 3% de las mujeres se dedican a ellas. La situación actual causa que África subsahariana sea la única región del mundo con más mujeres autónomas que hombres, pero la mayoría son a la fuerza al no encontrar trabajo y caer al mercado informal. Las instituciones públicas deben impulsar la contratación de mujeres africanas en el mercado formal. Esta política beneficia la paridad económica ya que el 75% de las personas que trabajan en empresas lideradas por mujeres son otras mujeres, por solo un 20% en las lideradas por hombres.
4. Urbanización
Más de dos tercios del crecimiento poblacional ocurrirá en las ciudades, y aunque estas se vinculan a modernización y dinamismo, sin una planificación urbana ni oportunidades de empleo pueden convertirse en lugares hostiles. La falta de oferta de viviendas asequibles provoca que todavía más de la mitad de la población urbana africana viva en slums, barrios enteros con casas de chabolas sin servicios públicos. En 2018, tan solo en Nigeria se necesitaban 17 millones de casas para la población ya residente en ciudades.
Sin políticas públicas que faciliten la construcción de vivienda barata, estos barrios seguirán absorbiendo de manera orgánica a la mayoría de la población. Los peligros son varios, pero el principal viene de la falta de higiene que hace que estos lugares sean focos de transmisión de enfermedades como la diarrea, la disentería o la fiebre tifoidea.
Por otro lado, las ciudades se convierten en focos feroces de competición por recursos económicos. Un 95,8% de los jóvenes africanos hasta los 24 años que residen en ciudades tiene que recurrir al mercado informal para ganarse el pan. Sin oportunidades de empleo, la falta de un entorno acogedor y frustración social puede causar la aparición de violencia e inseguridad. En la década de 1940, Sudáfrica sufrió la aparición de bandas criminales conocidas como tsotsis en Johannesburgo y skollies en Ciudad del Cabo que todavía permanecen.
Por último, si los jóvenes escogen la ciudad y abandonan el campo, África tendrá un doble problema: cada vez más gente comprará en lugar de producir alimentos. Con menos personas labrando las tierras de zonas rurales, habrá menos comida, incrementará la importación y el riesgo de inseguridad alimentaria.
5. Acceso a la política
En 2021, Yoweri Museveni fue reelegido para un sexto mandato como presidente de Uganda. Cuando acabe tendrá 81 años en un país con una edad mediana que no llega a los 17 años. La mayoría de ugandeses no conoce a otro presidente y los pasos para que tome relevo su hijo, Muhoozi Kainerugaba, hace presagiar un futuro político cerrado a nuevas caras. La diferencia entre la media de edad de los líderes africanos y la población es de 42 años, más del doble que en la OCDE, y entre los líderes que quieren morir en el poder y las dinastías políticas, no hay espacio para la juventud africana en la política.
Un 73% de los jóvenes africanos cree que la clase política no hace lo suficiente para solventar sus problemas. La falta de contacto entre gobernantes y población es un reto mayúsculo para solventar los problemas de educación y empleo mencionados, pero también democráticos. La juventud tiene hasta un 20% de menos probabilidad de votar que aquellos mayores a 56 años, lo que indica desafección política. Esto es un problema para la salud democrática, pues sin contrapeso no solo no se crearán políticas públicas que beneficien a los jóvenes, sino que también facilita la corrupción en el poder.
Respetar la limitación de mandatos presidenciales, presionando desde otros países africanos así como internacionales, y abrir las puertas de la participación política a los jóvenes será clave para poder abordar los retos a los que se enfrenta el continente.
Aprovechar el potencial
La falta de empleos bien remunerados genera una fuga de talentos sangrante para África. Para poder crear talento se necesita primero retener al capital humano que tiene el continente y generar valor a partir de ahí. Sin embargo, con líderes ancianos y sin un ambiente propicio para crecer, muchos jóvenes africanos optarán por marchar. Un 37% admite estar considerando emigrar para poder buscar mejores oportunidades fuera de su país.
Tener a una población joven es una bendición sobre el papel, pero los beneficios de ello no caerán del cielo. Las instituciones africanas deben potenciar políticas públicas que ayuden a recoger esos frutos del potencial humano y desarrollar un continente sostenible a futuro. Para ello hay que empezar por invertir en educación secundaria y terciaria, proteger los derechos de las mujeres, planificarse para absorber el crecimiento poblacional y dar facilidades para la creación de empresas que ayuden a potenciar el mercado formal. El beneficio será para África, pero sin medidas tangibles, los africanos saldrán de su continente a contribuir a otras economías del mundo.