George Weah: el Balón de Oro africano que no supo gobernar Liberia
🇱🇷⚽️ El único futbolista africano en ser el mejor jugador del mundo quiso ser un héroe nacional también como presidente, pero fracasó y su legado positivo fue aceptar su derrota y mantener la paz.
"Sé que mucha gente se pregunta por qué un exfutbolista debería buscar la presidencia del país, pero nadie le pregunta a un abogado o a un empresario por qué hacen lo mismo".
En diciembre de 1995, George Weah se encontraba en París para recibir el Balón de Oro. El joven futbolista que había crecido en las calles polvorientas de Monrovia, iba a recibir un galardón que hasta entonces ningún africano había logrado obtener.
Para Weah, ese trofeo no era solo una victoria personal, sino un símbolo de la resistencia y de la esperanza para millones en su continente. “Este premio es para África. No se trata solo de mí, sino de todos los niños que sueñan con un futuro mejor,” dijo emocionado mientras dedicaba el logro a su país natal, Liberia, y a todos los que alguna vez le habían dicho que su sueño era imposible, entre ellos su familia.
Ese mismo espíritu combativo lo mostró una y otra vez en el campo, pero quizás el mejor ejemplo de su tenacidad y habilidad ocurrió en septiembre de 1996. Era el partido inaugural de la Serie A italiana entre su equipo, el AC Milan, y el Hellas Verona. En una jugada memorable, Weah recibió el balón cerca de su propia área y recorrió más de 90 metros, eludiendo rivales con la misma velocidad y determinación con las que había superado tantas dificultades fuera del campo. Al llegar al área rival, definió con precisión, logrando uno de los goles más legendarios en la historia del fútbol y sellando la victoria de su equipo por 4-1. Fue un gol que capturaba la esencia de Weah, la cual no era otra que una gran habilidad técnica unida a una fuerza de voluntad imparable.
Dicha fuerza de voluntad nace de sus raíces más profundas, marcadas por las carencias y por un contexto en el que muy pocos salen a flote. Ni las dificultades económicas, ni los prejuicios sobre ser un futbolista proveniente de un continente marginado, ni las guerras civiles de Liberia lo frenaron. Las desgarradoras secuelas de la violencia, la pérdida de su hogar, y el desplazamiento de su familia a causa del conflicto dejaron cicatrices en el futbolista, quien veía cómo seres queridos y amigos sufrían los estragos de la guerra. Las noticias de ataques y abusos llegaban y reforzaron en él la promesa de construir algo mejor, una vez llegara a la cima.
Tras su gloria en el fútbol, Weah se embarcó en su mayor reto, la política. Con el mismo espíritu combativo y determinación que usaba para anotar goles, trabajaba en el sueño de reconstruir su patria. Sin embargo, el camino fue más arduo de lo esperado. Los años de guerra y el caos institucional que había dejado el conflicto entre el Frente Patriótico Nacional de Liberia de Charles Taylor y el gobierno del dictador Samuel J. Doe no se resolverían con la misma rapidez que un partido de fútbol. Las expectativas y la popularidad eran altas, y aunque Weah inspiraba con su historia, la realidad de gobernar una nación empobrecida y devastada resultaba un desafío sin precedentes.
A diferencia de los aplausos que estaba acostumbrado a recibir procedentes de las gradas del estadio Samuel J. Doe donde tantas alegrías dio a su pueblo, en política acabaría enfrentándose a las críticas y al escepticismo por los cuales muchos comenzaron a cuestionarse si el héroe de Liberia lograría hacer realidad sus sueños de paz y prosperidad para el país o si por el contrario habría apuntado demasiado alto.
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