¿Es posible hablar de África siendo blanca y sin dar cringe?
🪻 Jacaranda es espacio donde una mujer no originaria de estas tierras comparta su mirada sobre literatura, cultura y feminismos.
“Usa siempre la palabra África, oscuridad o safari en el título. En el subtítulo, puedes poner palabras como masái, tambor, sol o atávico. Otras palabras adecuadas: guerrillas, eterno, primordial y tribal. En el texto, trata a África como si fuera un solo país. Un solo país donde hace mucho calor, hay polvo y sabanas infinitas con enormes rebaños de animales y gente alta y delgada que se muere de hambre. No te enredes en hacer descripciones detalladas”.
Así empieza “¿Cómo escribir sobre África?”, el libro de Binyavanga Wainaina, escritor y activista keniata, ganador del Premio Caine de escritura africana en 2002. Inicialmente, fue un artículo, pero pronto el autor descubrió que esta reflexión daba mucho más de sí. Como mujer blanca interesada en lo que históricamente se nos ha invisibilizado del continente, esta entrada no me hizo mucha gracia, pero a una amiga africana a quien se la compartí le pareció desternillante. Me hizo sentir sucia, como si, aunque no de forma tan exagerada, hablara de algún crimen que hubiera cometido de la peor de las formas: sin tan siquiera haberme dado cuenta.
¿Cuántas veces habremos hablado sobre África sin tener ni la más remota idea de lo que decíamos? ¿Cuántas barbaridades habré dicho a lo largo de mi vida por culpa de la falta de conocimiento contrastado, la falta de lecturas adecuadas, la falta de reflexión sobre el orden de las cosas? ¿Y cuáles aún sigo diciendo por mi incapacidad o falta de reflexividad en la forma en la que los estereotipos que tenemos del continente-país al que llamamos “África”, así, de golpe, en un pack? ¿Hasta qué punto mi interés por el continente no esconde un poco de exotismo, de fascinación por lo desconocido, de “aventurera” camuflada en un híbrido entre investigadora y periodista?
Waynana afirma que “del mismo modo que los artistas impresionistas se fijaron de manera obsesiva en la cultura japonesa, no podemos hacer lo mismo con el conglomerado de países africanos”. Y tiene razón. ¡Claro que la tiene! El problema es que, aunque la tenga, los blancos y las blancas que somos conscientes de nuestro pasado colonial y que en los países africanos “quizás ya hemos hecho demasiado” no sabemos de qué forma alternativa podemos relacionarnos con su cultura, sus tendencias, sus problemas, sin sentir que estamos invadiendo su espacio de algún modo (principalmente porque lo más seguro es que lo estemos haciendo).
El otro día, tomando un café con una amiga y comentándole mis controversias con el libro, me dijo algo que casi me hace tirarme el café por encima: “Tía, das un poco de cringe cuando dices esto, sentirse culpable hacia África es muy de blanca”. No sabía si aplaudirle, si reírme o si llorar. Había dado en el clavo: era mi sentimiento de culpa el que hablaba, no mi interés genuino por un conglomerado de países achucharrados en un continente tras uno de los fenómenos humanos más dañinos, el colonialismo, que a pesar de todas sus desgracias, pero también de sus victorias revelaban un escenario cultural, artístico, social y político que me moría por conocer en mayor profundidad. Iba a dar cringe haciendo cualquier cosa, porque al fin y al cabo era, soy y seré blanca y siempre seré una intrusa en un continente que no me pertenece, pero esto no tenía que ser necesariamente malo.
Waynana describe en su libro un continente que “fue diseñado en contra de su voluntad para ser un ente dividido”, pero que hoy no es ni un safari, ni un espacio de conflicto con guerras, machetes y sangre, ni una puesta de sol espectacular, ni tampoco un lugar de penuria y hambrunas. El autor, en esta corta, pero transformadora obra, deshace “la historia imprecisa de un continente, arrastrando este relato impuesto hasta colocarlo dentro del perímetro de la realidad”. Habla de colonialismo, de historias populares e historia en mayúscula, de confrontaciones, de realidades sociales, de tradiciones y modernidad, de homosexualidad y relaciones humanas, de estereotipos divertidos y estereotipos dañinos. Al terminar el libro, escribí a mi amiga para contarle que me había encantado, y que si dar cringe era la forma de descolonizarme y aceptar mi blanquitud, entonces estaba dispuesta a sentirme incómoda durante muchos años.
**Las frases entre comillas son citas traducidas al castellano de la edición del libro en catalán de Eumo Editorial.