En Ouidah, la memoria de la esclavitud está en obras
🇧🇯 Viajamos con la ganadora del Premio a Mejor Periodista Junior de África Mundi, Martina Andrés, a Benín, la puerta final de la esclavitud en África antes de embarcar.
🏆 Martina Andrés Galindo ganó el Premio a Mejor Periodista Junior de África Mundi y viajó a Benín con Rift Valley Expeditions. Este es uno de los reportajes que preparó desde el terreno.

En Ouidah, la memoria está en obras. La ciudad beninesa, conocida por su papel en el comercio de esclavos, se encuentra en constantes reformas. Museos, carreteras y esculturas están en construcción para que, en aproximadamente dos años, Benín no sea un nombre desconocido y los viajeros quieran acercarse a este pequeño y alargado país de África Occidental.
El apogeo de obras se explica por la gran inversión que ha hecho el gobierno de Patrice Talon para preparar al país para el turismo.
La plaza en la que allá por el siglo XVI los comerciantes y navegantes europeos juntaban a todas las personas para marcarles la piel y despojarles de su libertad es ahora un pequeño oasis de losas marrones lleno de plantas y buganvillas, rodeado de las excavadoras que ocupan lo que se conoce como la ruta de los esclavos.
La ruta de los esclavos, que hoy es un camino de tierra que conduce hasta el mar y un atractivo turístico de Ouidah, era un camino de muerte que tantos y tantas hicieron bajo un sol abrasador para, si llegaban con vida, acabar en las bodegas de los barcos de portugueses o ingleses que se los llevaban a un mundo desconocido.
Al final de esta senda se encuentra ahora la calma: ante el mar turquesa está la conocida como Puerta de No Retorno. Construida en la costa de Ouidah en el año 2000, recuerda a las miles de vidas maltratadas que se perdieron en esta ruta por tierra hacia a los barcos europeos o en el mar durante la travesía hacia el nuevo mundo.
Vidas perdidas en el mar. La frase desprende actualidad. Los británicos firmaron en 1852 un tratado con el Reino de Dahomey –que controló Ouidah tras su conquista por parte del rey Agadja en 1727– para prohibir el tráfico de esclavos desde sus puertos. Aún así, el comercio de personas continuó de todos modos de manera intermitente y clandestina durante bastantes años más.
Las paradas de la ruta
En Ouidah, el simbolismo que retrotrae al pasado es constante: los bolardos que atraviesan la plaza representan, según el guía local Omar, las cabezas de las personas que hacían la ruta, a las que luego dejaban durante días encerrados en una habitación antes de la travesía. La estatua que ilustra cómo les marcaban a fuego la piel a los esclavos -tú eres mío, tú del otro- está oculta por una malla tras la que se intuye su forma.
Miramos alrededor mientras empezamos a sudar y nos disponemos a abandonar la plaza. “Este camino lo hacemos ahora en coche y con aire acondicionado; antes las personas lo hacían desnudos, bajo el sol abrasador y encadenados”, recuerda Omar. Seguimos la ruta.
“En este sitio se encontraba una gran caja herméticamente cerrada donde los esclavos eran confinados en cuanto llegaban a Zoungbodji, y de allí sólo eran sacados para ser transferidos al Árbol del Retorno. Este secuestro absoluto desorientaba totalmente a los esclavos y hacía que fuera extremadamente difícil para ellos escapar o rebelarse”.

Esta inscripción se encuentra bajo una estatua que lleva por nombre La case de Zomai (La casa de Zomai), inaugurada en Ouidah en 1993 por el presidente beninés Nicephore Dieudonne con motivo del primer Festival Internacional del Vudú que se celebró en el país. Es la siguiente parada.
Continuamos y llegamos al punto en el que se supone que estaba el conocido como Árbol del Olvido. Omar explica que era parte de un ritual en el que se buscaba que los esclavos, al girar alrededor del árbol, olvidaran su identidad, su tierra natal y su pasado. Los hombres tenían que dar nueve vueltas y las mujeres siete.
En contraposición, también había que parar en el Árbol del Retorno, que tenía la función de asegurar que el espíritu de los esclavos regresara a su tierra natal tras su muerte, aunque sus cuerpos fueran llevados lejos.
+¿Y cómo sabían los europeos sobre estos rituales que eran de aquí? -Omar lanza la pregunta al aire cálido de Ouidah.
Silencio
-Porque tenían el favor de los reyes locales, que entregaban a su gente a cambio de vino espumoso, jarrones lujosos y otros objetos -responde él mismo.
Entre estos gobernantes locales, hay un nombre que destaca: el rey Ghezo de Dahomey, en el cargo entre 1818 y 1858.
Ghezo fortaleció militarmente a Dahomey y consiguió expandir su influencia gracias a su participación en la trata de esclavos. Mantuvo relaciones comerciales directas con los europeos, especialmente con portugueses e ingleses. En concreto, Ghezo se relacionó de forma estrecha con el traficante de esclavos brasileño Francisco Félix de Souza, también conocido como Chacha.
+ ¿Y por qué Chacha?
-Porque hacía todo muy rápido: ¡cha!, ¡cha! -explica Omar mientras hace aspavientos con las manos representando la onomatopeya.
A cambio de personas entregadas en contra de su voluntad, ellos se enriquecieron y el Reino de Dahomey recibió armas, municiones y bienes de lujo que fortalecieron su reinado y mantuvieron su hegemonía en la región en aquella época. Así, Ghezo consolidó su poder; así, los De Souza mantienen el suyo al ser todavía una de las familias más influyentes e importantes de la zona.
Líderes y élites locales que venden a su pueblo o sus recursos para fortalecer su posición y sacar tajada.
Esclavitud moderna
Hoy, cuando la palabra esclavitud es ya un eco lejano, desde las costas de África Occidental hay personas que, sin que otras manos las arrastren a la fuerza por una ruta -impulsadas por conflictos, condiciones climáticas adversas o falta de oportunidades por la inestabilidad política y económica de sus países de origen- se suben a otro tipo de barcos -pirogues, pateras, cayucos- para hacer también un viaje a un mundo desconocido en condiciones precarias e inhumanas.

A menudo también se habla de tráfico, de traficantes, de mafias. A veces, más de lo que a Europa y los gobiernos de estos países africanos les gusta admitir, se pierden vidas en el mar. Aunque el destino suele ser España o Italia, hay embarcaciones que en su naufragio han llegado a las costas de lugares como Trinidad y Tobago, como cuentan los periodistas Renata Brito y Felipe Dana en su premiado reportaje A la deriva: una travesía de muerte y sueños perdidos.
No sería preciso decir que la historia se repite, pero es imposible no pensar en lo que ocurre en la actualidad cuando desde esa puerta simbólica se habla de tantas y tantas vidas que se perdieron en el mar en un viaje que va más allá de la palabra injusticia. La asimetría entre el Norte y el Sur global que parece ser transversal a la historia se respira en el aire salado.
En Ouidah, donde vestigios como la Casa de Brasil o el fuerte portugués recuerdan constantemente el pasado de la ciudad, la memoria está en obras. El gobierno invierte tiempo y dinero para ofrecer una mejor fachada al mundo y a los visitantes que se quieran animar a conocer la historia del lugar. Pero la esencia, los cimientos del sistema que permitió que más de un millón de personas esclavizadas fueran arrancadas de su tierra, todavía parecen tener sus raíces bien enterradas en el suelo de este y otros lugares de la costa de África Occidental.