Cuando la selección de fútbol de Mauritania salió a pasear por los alrededores del hotel en el que se hospedan en la Copa Africana de Naciones (CAN), sus centrales no eran las únicas defensas que llevaban. Las imágenes de los Mourabitounes –apodo del equipo– posando para fotos con soldados armados con metralletas que les escoltaban en su paseo diario han sido virales y han generado una gran pregunta: ¿hay seguridad para los jugadores en el máximo torneo de países de fútbol africano?
En la ciudad costera de Limbe se alojan los combinados nacionales del grupo F: Túnez, Mali, Mauritania y Gambia. Entre esa ciudad y la vecina Buea, en la misma región Suroeste, se celebrarán ocho partidos de la CAN 2022. Pocos días antes de su llegada, una bomba explotó hiriendo a seis personas y destrozando mobiliario. Este atentado no es casual, sino solo el último de un conflicto separatista que dura ya más de cinco años y en el que han muerto más de 6.000 personas. Un enfrentamiento que se remonta a la época colonial, que va de lenguas e identidad nacional y al que la CAN 2022 le ofrece una oportunidad única de desatascarse.
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