El etnofederalismo de Etiopía: un difícil encaje identitario
🇪🇹 Las regiones en Etiopía se dividen por grupos étnicos, pero a pesar de avanzar en derechos, los intentos de promover una identidad nacional chocan con las élites étnicas que crean conflictos.
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El 3 de noviembre de 2022, el gobierno etíope y el Frente de Liberación del Pueblo Tigray (TPLF) anunciaban un acuerdo que ponía el punto y final a la peor guerra de la historia reciente de Etiopía. Poco después, el Ejército de Liberación Oromo (OLA) lanzó un pulso al gobierno con una ofensiva a gran escala en todo el territorio de Oromía. A principios de 2023 se anunciaba el inicio de conversaciones entre este grupo y el gobierno, sin que por ahora hayan dado ningún resultado tangible.
Ambos casos son, sin duda, pasos importantes para poder visualizar un futuro en paz en un país tan castigado por los conflictos. Sin embargo, se trata de una paz muy frágil. Mientras muchos tigriñas y oromo ven con recelo las intenciones del gobierno etíope, sectores amhara consideran que los tratados de paz pretenden socavar sus prerrogativas y fortalecer un estado centralizado, siendo actualmente este grupo étnico el más combativo contra el gobierno central.
En el trasfondo de los conflictos presentes en la práctica totalidad del territorio etíope subyace un viejo debate mundial: dar más poder a las regiones o construir un estado centralista. Es decir, favorecer las identidades locales o apostar por una única identidad etíope. Descentralización o centralización con una diatriba nacional en Etíopia: el reconocimiento de sus más de ochenta etnias.
Etnofederalismo, una región para cada etnia mayoritaria
La Constitución de 1994, que fundó la actual República Democrática Federal de Etiopía, pretendió crear un equilibrio de poder entre los grupos étnicos mayoritarios, apostando por un sistema extremadamente innovador en su momento, el llamado federalismo étnico. Casi treinta años después, los éxitos iniciales se han tornado en fracaso y raro es el territorio etíope libre de conflictos. Simplificados a menudo como conflictos étnicos, se trata, en la mayoría de casos, de luchas de poder entre élites apoyadas en un nacionalismo étnico creciente.
Uno de los principios fundamentales del federalismo étnico o etnofederalismo consiste en otorgar el control de una región, conocido como kililoch, a cada una de las etnias mayoritarias del país. La carta magna de 1994 señala que “los estados se delimitarán sobre las bases de patronos de asentamiento, lengua, identidad y el consentimiento de los pueblos interesados”. De este modo, el nombre de regiones como Oromia, Tigray, Amhara, Afar o Somalí responden a las etnias predominantes en estos territorios, mientras otras regiones como Benishangul-Gumuz, Harar o la Región de las Naciones, Nacionalidades y Pueblos del Sur son una amalgama de pueblos.
La población de cada una de las regiones dista mucho de ser homogénea y en todas ellas existen importantes minorías, a menudo discriminadas por los respectivos gobiernos regionales. El sistema, que convierte la etnicidad en la base para la organización del estado, obligó a cada ciudadano etíope a autoasignarse un grupo étnico más allá de su identidad nacional como etíope, convirtiendo a millones de personas pertenecientes a grupos minoritarios en extranjeras dentro de sus territorios ancestrales. Como contrapeso, se crearon zonas especiales dentro de las regiones que a menudo se han convertido en escenario de ataques y conflictos, como los que sufren los oromo dentro de la Zona Oromía de la región de Amhara.
Cada gobierno regional cuenta con amplias prerrogativas sobre su territorio. Desde la recaudación de impuestos, la formulación de planes económicos o el control sobre la tierra y los recursos naturales, todas las regiones etíopes cuentan con los mismos derechos y obligaciones hacia el estado central.
La constitución también reconoce el derecho de las autoridades regionales a “establecer y administrar una fuerza de policía estatal y mantener la paz y el orden público” en el territorio que domina. A menudo, las regiones han convertido a sus fuerzas policiales en verdaderos ejércitos leales únicamente al gobierno regional. En Tigray, las fuerzas regionales fueron las encargadas de combatir al gobierno central, mientras al otro lado de la frontera las fuerzas regionales de Amhara lucharon junto al gobierno nacional para defender sus propios intereses, ocupando Tigray Occidental y siendo acusadas de graves matanzas. En la actualidad, los planes del gobierno por unir los diferentes cuerpos policiales bajo la obediencia de un mando federal único ha desatado protestas en todo el país, especialmente virulentas en Amhara.
Pero quizás el punto más innovador de la constitución etíope es el reconocimiento del derecho a la autodeterminación e, incluso, a la secesión. Cada grupo étnico puede pedir al gobierno federal un referéndum para salir de su región y crear su propio kililoch. Esto se ha producido en dos ocasiones desde 1994, emergiendo las regiones de Sidama en 2020 y la de los Pueblos del Suroeste en 2021, ambas tras independizarse de la Región de Naciones, Nacionalidades y Pueblos del Sur.
Sin embargo, el derecho a la sedición no ha sido aún promulgado por ninguna de las regiones o grupos. Importantes insurgencias como la de los tigriñas o los oromo siempre han optado por demandas de mayor poder o autonomía bajo el reconocimiento de la constitución etíope y su integridad territorial y, desde 1994, ni en los peores momentos de tensión han recurrido a su derecho a secesión.
Del feudalismo a estado federal multiétnico
Cabe entender tanto la necesidad del novedoso sistema territorial etíope en su momento como sus vicios y virtudes, dentro de la compleja historia de Etiopía. En poco más de un siglo, el país ha pasado de ser un territorio plenamente feudal a un estado federal multiétnico.
A su vez, la actual extensión de Etiopía cabe atribuirla a las conquistas del Emperador Menelik II a finales del siglo XIX, circunscribiéndose la histórica Abisinia –anterior nombre del país– al centro y norte del actual país y a Eritrea. La derrota italiana en la batalla de Adua en 1896 contra el ejército etíope impidió la colonización europea, pero convirtió a Etiopía en un país colonizador al conquistar e incluir en el Imperio etíope a decenas de pueblos que habitaban al sur de sus fronteras y que hasta entonces conservaban estructuras de poder de carácter local. Entre los más importantes, los oromo o los somalís, reclamando parte de estos últimos su unión a Somalia tras la independencia de esta.
La milenaria historia etíope es, en gran medida, la historia del pueblo amhara y, en un segundo término, del pueblo tigray. Las élites de ambos pueblos han dominado la corte imperial durante siglos, considerándose fundadores de un linaje que la tradición etíope hace retroceder hasta la descendencia del Rey Salomón y la Reina de Saba en el siglo X a.C. Tras las conquistas territoriales y la llegada al trono del Emperador Haile Selassie en 1930 se aceleró el proceso centralizador, construyendo una identidad etíope a partir de la imagen, lengua y cultura amhara.
Durante el reinado de Selassie, fue la élite amhara perteneciente a la región de Shewa y no el conjunto de este pueblo la que dominaba realmente el país. Sin embargo, el ataque y la discriminación hacia el resto de pueblos y el intento de asimilación cultural impuesto con violencia fue el germen del resentimiento actual que parte de la población etíope siente hacia los amhara.
La Revolución etíope de 1974, que acabó con el régimen imperial, consiguió poner los derechos de los distintos pueblos por primera vez en el debate público. La instauración de un régimen de ideología marxista reconoció el país como un conjunto de pueblos y nacionalidades, pero pronto consideró la necesidad de construir un estado fuerte que preservara la integridad territorial. Para el nuevo gobierno, conocido como Derg, la lucha de clases debía prevalecer sobre la identitaria.
En esta época aparecen los primeros grupos armados de ideología etnonacionalista hoy activos, como el Frente Popular de Liberación de Tigray (TPLF), el Frente de Liberación Oromo o el Frente Popular de Liberación de Eritrea liderado por el actual presidente de este país, Isaías Afewerki. La unión de todos ellos en el Frente Democrático Revolucionario del Pueblo Etíope (FDRPE) consiguió derrocar al Derg en 1991, aunque pronto surgieron las desavenencias, ya que, derrotado el enemigo común, cada grupo respondía a sus propios intereses. La Carta de Transición, antecedente de la actual constitución, ya reconocía el derecho a la secesión y Eritrea ejecutó su independencia en 1993, convirtiéndolo en el país dictatorial y hermético actual.
A pesar de que los tigriña eran, y siguen siendo, una minoría con un 6% de la población, el TPLF fue el verdadero arquitecto del sistema etnofederal, copando los puestos más altos del FDRPE y la administración pública hasta la llegada del actual primer ministro, Abiy Ahmed.
La fragmentación política en partidos de carácter étnico evitó el surgimiento de una oposición nacional, centrando el debate en cuestiones étnicas como cortina de humo de un creciente autoritarismo. La animadversión histórica de los pueblos etíopes hacia la supremacía amhara se tasladó hacia el pueblo tigray tras casi tres décadas gobernando.
Pero un repaso a la historia etíope sería incompleto sin mencionar la particularidad del pueblo oromo, históricamente discriminado y apartado de los órganos de poder. Las crónicas del siglo XVI, como las recogidas por el monje Bahrey en su “Historia de los galla”, hablan de grandes migraciones oromo desde el sur hacia el centro y norte del actual Etiopía, donde se asentaron y adaptaron a la cultura etíope hasta convertirse a día de hoy en la etnia mayoritaria del país, siendo el pueblo repartido en un mayor grupo de regiones.
La región de Oromia rodea por completo la capital, Adís Abeba. Cuando en 2016 el gobierno etíope intentó ampliar el territorio capitalino expulsando a la población oromo, las masivas manifestaciones de este pueblo y la dura represión estatal, con al menos un centenar de muertos, provocaron la dimisión del gobierno e hicieron posible que, por primera vez, llegara al cargo de primer ministro una persona de origen oromo, Abiy Ahmed.
Unidad nacional combatida por las élites étnicas
Es indudable que, para la mayoría de pueblos, la adopción del federalismo étnico resultó en un avance en sus derechos nacionales y unas mayores dosis de autogobierno y representación política. Sin embargo, treinta años después, el sistema ha mostrado sus limitaciones.
Las élites étnicas han acaparado el poder en sus respectivas regiones en detrimento de una construcción nacional, exaltando el nacionalismo étnico como un modo de simplificar las reivindicaciones de la población de sus territorios y del conjunto del pueblo etíope. De este modo, los conflictos internos han sido a menudo reducidos o tapados a través del nacionalismo, culpando al enemigo externo o al Estado de sus propias limitaciones.
Frente a la fragmentación, en Etiopía ha crecido en los últimos años un fuerte impulso centralizador liderado por el actual primer ministro Ahmed. A pesar de que los oromo en un principio celebraron la llegada de uno de los suyos, el primer ministro se ha desligado del etnicismo y ha promulgado el concepto de medemer, que se basa en la idea de construir una Etiopía próspera a través de la unidad de toda su población, con un enfoque que supere las divisiones étnicas y cree un sentido de identidad nacional compartida.
El Partido de la Prosperidad, formado por Ahmed en 2019 tras desintegrar el FDRPE, nace precisamente con ese objetivo, incluyendo a diversos partidos de carácter etnoregional, pero excluyendo al TPLFL. En 2022 se impuso en las elecciones legislativas favorecido por la práctica inexistència de otros partidos de alcance nacional, así como por el boicot promovido por los partidos oromo y el estado de guerra en Tigray.
A pesar de ello, las élites étnicas no están dispuestas a renunciar al poder acumulado en favor de una ideología panetíope y el gobierno de Ahmed ha visto cómo sus pretensiones centralizadoras han sido enfrentadas en todos los rincones del país.
Los conflictos están en diversos frentes. La guerra en Tigray responde al intento del gobierno de expulsar a la élite tigriña de los órganos de gobierno y los mandos del ejército; los oromo no han visto compensada su marginación histórica y tratan a Ahmed de traidor aumentando las acciones armadas; e incluso los amhara se encuentran ahora mismo enfrentadas al gobierno por su pretensión de unificar las distintas fuerzas regionales.
En este contexto, se hace difícil imaginar en un futuro inmediato una solución a la conflictividad existente en Etiopía, así como un encaje justo y equilibrado de su diversidad mientras esta se siga politizando.