El pasado 22 de febrero, el primer ministro etíope, Abiy Ahmed, cogió las tijeras y cortó la cuerda. Tres torres eléctricas de papel representaban a lo largo de ella lo que se acababa de inaugurar, el mayor proyecto de infraestructura de África y el futuro de Etiopía: la Gran Presa del Renacimiento Etíope (GERD). Poco después, Ahmed pulsaba el botón que activaba la primera turbina de energía hidroeléctrica. Desde ese día, Etiopía ha empezado un camino que pretende llevarle a la soberanía eléctrica.
A más de 3.500 kilómetros, la apertura de Ahmed fue considerada un paso más en la amenaza a todo un país. En El Cairo, el presidente egipcio Abdelfatah Al-Sisi ha asegurado que la GERD supone un “riesgo existencial” para Egipto. Del Nilo Azul, donde está colocada la nueva presa, nace el 56% del agua del río del que depende en casi su totalidad Egipto para abastecer a los más de 100 millones de personas que viven y a su sector agrícola. Una presa mastodóntica en un país vecino que pueda cortar el flujo en tiempo de sequía puede hacer peligrar todo un sector vital, por lo que Al-Sisi se ha tomado el pulso de manera personal. Once años después de su anuncio de construcción, Etiopía y Egipto siguen enfrentados diplomáticamente y la tensión no hace más que escalar.
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