Dudas (muy serias) y esperanzas de la revolución en tiempos de guerra
Desde el golpe de Estado de Ibrahim Traoré en Burkina Faso y la transición hasta hoy. ¿Realmente se dio un inicio de un nuevo período revolucionario en el país del Sahel?
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Viví el golpe de Estado de Ibrahim Traoré y también toda la transición hasta hoy en Burkina Faso. Recuerdo el día antes. Era 29 de septiembre y en Bobo-Dioulasso, ciudad al oeste del país, hubo una manifestación en el mercado central para reclamar más seguridad. Solo tres días antes, el 26 de septiembre, un convoy quilométrico de suministros básicos dirección la ciudad asediada de Djibo, en la región Sahel, fue atacado en el pueblo de Gaskindé. En total, 11 soldados muertos y al menos 50 civiles desaparecidos, según datos oficiales. Tres días más tarde, el capitán Ibrahim Traoré, saldría de la caserna militar de Kaya dirección la capital, Ouagadougou, para arrebatarle el poder a su comandante, el teniente coronel Paul-Henri Sandaogo Damiba que pasó solo siete meses al poder.
Recuerdo el primer comunicado retransmitido por la televisión nacional del Mouvement Patriotique pour la Sauvegarde et la Restauration (MPSR). Hasta el momento “IB” era un total desconocido, solo un militar más. Algo me sorprendió, muchísimo, y también a los burkinabés que estaban conmigo siguiendo la actualidad. El golpista que leyó el comunicado anunciado el golpe de Estado terminaba su lectura con el lema “la patrie ou la mort, nous vaincrons!” (“Patria o muerte, venceremos”, traducido al español). Cualquier burkinabé que escuché “la patrie ou la mort”, responde “nous vaincrons” y así fue. Nos miramos. ¿Cuántos años hacía que no se gritaba al unísono “nous vaincrons!”? ¿Era ese el inicio de un nuevo período revolucionario en Burkina Faso?
Desde ese 30 de septiembre he visto cambiar la gente y el país. De repente la guerra se hizo más presente, más evidente en todo el territorio. Sin ir más lejos. El primer discurso de IB en el Palacio de Deportes de Ouaga 2000, allí dónde se decide (casi) todo lo que pasa al país, el capitán, aún desconocido, soltó un discurso durísimo sin leer una línea delante de personalidades de la sociedad civil, militares y líderes tradicionales y religiosos. Parafraseándolo, recordaba que en las grandes ciudades cómo Ouagadougou y Bobo-Dioulasso la gente ignoraba lo que estaba pasando fuera, que la población comía hierba y que los niños tenían “la piel sobre los huesos”. Literal, dijo: “¿sois conscientes de que el territorio está casi perdido?”, y “nosotros somos los primeros culpables de lo que está pasando en el país”, recordaba él mismo alegando que hay zonas fuera de la capital que habían sido durante decenas de años abandonadas.
En diciembre de 2022, mis amigos más jóvenes se inscribían como Voluntarios de Defensa de la Patria (VDP) después de que IB lanzara un comunicado para reclutar 50.000 nuevos voluntarios para equipar y formar a estas milicias populares creadas por Roch Marc Christian Kaboré (presidente desde 2015 hasta 2022). En enero de 2023 rompió los acuerdos de cooperación militar con Francia y en abril de 2023 decretó la movilización general bajo el pretexto de la lucha contra el terrorismo.
En enero de 2024, la junta militar decretó que todos los trabajadores públicos tenían que destinar el 1% de su salario a los esfuerzos de la guerra y los trabajadores privados un 25%. El precio de la cerveza aumentó también 100 francos y cuando haces una llamada o un SMS aparece en la pantalla que el 5% del precio final va destinado al Fons de Soutien Patriotique.
La población está inmersa en la guerra contra el terrorismo yihadista. Según datos de Armed Conflict Location & Event Data Project (ACLED) que se recogen en un comunicado de Human Rights Watch “más de 26.000 personas han sido asesinadas por el conflicto desde 2016, unas 15.000 desde el golpe de Estado de septiembre de 2022 y 6.000 desde enero de 2024”. Según datos de OCHA, hay 2,1 millones de personas desplazadas internas, pero los incidentes violentos han pasado de 300 en 2021 a 139 en 2024. Esto no significa que no sean más violentos, aun así, públicamente no se cuestionan las decisiones ni las órdenes del gobierno.
De hecho, la masacre de Barsalogho reivindicada por el JNIM en agosto de este año, dónde murieron entre 200 y 400 personas, depende de la fuente, no hizo tambalear el gobierno de IB, que mantuvo un silencio entendido como “respetuoso” por parte de la población. El primer ministro, Kyélem de Tambèla, fue quien se pronunció: “fuimos engañados”. Y este podría haber sido un punto de inflexión cómo lo fue Gaskindé, pero no. También los datos de desplazados, pero no. También el secuestro de dos abogados en una carretera muy concurrida entre Bobo-Dioulasso y Dedougou, pero no.
IB se enfrenta a una crisis humanitaria histórica en el país, pero ha conseguido convencer a la mayoría de que todo es por la patria. Es fácil ver carteles que dicen “por la patria ningún sacrificio es suficiente” o “circular bien es un acto patriótico” o carteles en las oficinas de la agencia del agua, allí dónde se van a pagar facturas, con una taquilla exclusiva para “familiares militares y soldados”. El país se ha militarizado, ha habido un consenso de que por la patria todo vale, incluso los secuestros y el silencio forzado de todas las voces críticas con el régimen así cómo los periodistas que sacaron a la luz casos de corrupción, como Serge Atiana Oulon, director del medio de investigación L’Evénément o el abogado líder de Balay Citoyen, Guy Hervé Kam.
En Burkina Faso la gente tiene miedo a hablar, a hablar de cualquier cosa, porque un solo malentendido te puede llevar al frente o hacerte desaparecer. En Oulon, un grupo que se presentó como miembros del servicio de inteligencia se lo llevaron de su casa el 24 de junio a las 5 de la mañana. Desde entonces su familia no sabe si está dónde está ni si está vivo o muerto.
Delante de la Comisión Africana de los Derechos de los Hombres y los Pueblos (ACHPR en sus siglas en inglés), que se celebró el 23 de octubre de 2024 en Banjul, los representantes burkinabé rompieron su silencio para afirmar que “los periodistas Serge Oulon, Adama Bayala i Kalifara Séré, habían sido reclutados por la fuerza para unirse al ejército”. Es una de las prácticas que aplica el nuevo gobierno para silenciar las voces críticas y “defender la patria”. Estando en Burkina Faso es casi imposible acceder a información internacional, ya que muchos medios están prohibidos. “El safari no ha podido abrir esta página porque el servidor ha dejado de responder”, es el mensaje que aparece en mi móvil por sorpresa si quiero leer un artículo de VOA, TV5 Monde, Le Monde y un largo etcétera de medios internacionales.
A veces veo vídeos en TikTok dónde se habla de la nacionalización de minas por parte del estado burkinabé lo que en realidad fue la solución a un conflicto jurídico entre Endeavour Mining y Lilium Mining que el gobierno solucionó con la compra de la mina por “unos 90 millones de dólares”, según el ministro de economía, Aboubakar Nacanabo. Después veo otro TikTok sobre un discurso revolucionario de “IB”. Después me veo con amigos que dicen que “el dinero ya no circula” y “que la situación es muy dura”. Veo como muchos tienen esperanza y nada en los bolsillos. Otros miran muchísimo Facebook y cómo, sobre todo, la desconfianza y el miedo han crecido exponencialmente.
También he escrito muchos artículos sobre la figura de Thomas Sankara y espero ver el nuevo mausoleo. He intentado participar del Accionariat Populaire, solo apto para nacionales y de la cual la participación más pequeña son 10.000 xof para contribuir a al financiamiento de nuevas industrias como la SOFATO, la primera fábrica nacional para la creación de tomate concentrado. También he seguido de cerca los discursos del capitán, he intentado moverme tanto como he podido por el país, hablar con gente que piense diferente, pero cada vez es más difícil. Nadie quiere hablar aunque no sea de política.
La dirección es clara: o estás con nosotros o te vas al frente. Sankara era conocido por debatir y hablar con periodistas. “IB” se pasea con un séquito de guardaespaldas y acceder a él es misión imposible. Sankara empezó una guerra inútil contra los hermanos malienses, conocido como la Guerra de Navidad (1985). Con Sankara no había Facebook, ni se viralizaban sus discursos. “IB” ha sabido marcar una sola línea comunicativa. Ha controlado su imagen y ha perfilado un dress code propio del coquetismo burkinabé -nunca van desconjuntados-. Incluso en el pueblo más remoto puedes ver un niño con la camiseta del presidente aunque no sepan quién es. ¿Es comunicación? ¿Es revolución? ¿Es discurso? El debate está abierto pero antes, que vuelva la paz.