¿De Nairobi a Isiolo? Mover la capital es una posibilidad real en África
Desde 1950, siete países africanos han cambiado su capital y otros como Kenia se lo piensan ante el reto demográfico en las ciudades grandes.
Cliff Mboya sabía que no iba a ganar. A pesar de ello, o tal vez precisamente por ello, envalentonado por la seguridad del perdedor, soltó una propuesta sorprendente que se oía hablar en algunos pocos corrillos por entonces: “Cuando ganemos, moveremos la capital estatal de Nairobi a Isiolo”, dijo el candidato presidencial en diciembre de 2016. “Los cárteles de corrupción han tomado Nairobi, la ciudad está saturada de corruptelas”.
Mboya se presentaba como independiente a las elecciones generales de 2017 y como cualquier candidato traía promesas grandilocuentes para atraer a medios y votantes. Sin embargo, por muy radical que pudiera parecer, su idea no era la primera vez que se hablaba de esa posibilidad. Una década antes, la Asociación de Arquitectos de Kenia había públicamente mencionado la necesidad de mover la capital a otra ciudad argumentando que Nairobi había agotado su espacio para desarrollarse. Las carreteras ya quedaban pequeñas para el aumento poblacional, el coste de la vivienda se disparaba y chabolas informales brotaban por toda la ciudad.
Quince años después de aquel primer comentario, el debate sobre la relocalización de la capital de Nairobi al condado de Isiolo está en la calle y no se ve tan alocado.
La capital de Kenia ha pasado de tener 360.000 personas en 1963, año de la independencia del país, a ya más de 5 millones en 2022. Si el crecimiento demográfico –el mayor de cualquier zona urbana de África– se mantiene, la población no parará de duplicarse: en 2035 habrá ya 8,5 millones, en 2050, más de 14 millones, en 2075 unos 28,5 millones y para finalizar el siglo serán casi 47 millones, aproximadamente la población total del país en la actualidad.
La presión demográfica es uno de los motivos para hablar de este cambio poblacional, pero no el único. ¿Por qué se habla de Isiolo? El proyecto de descentralización busca unir y desarrollar el país, generando polos de crecimiento económico en la mitad norte de Kenia. La ubicación de Isiolo en una zona central del país y como punto de paso del corredor de comercio LAPSSET que unirá la costa keniana con Etiopía y Sudán es una oportunidad de diversificar la economía. Como ya mencionaba Mboya, en la Visión 2030 del Gobierno de Kenia ya se menciona la necesidad de modernizar a Isiolo para convertirla en una “ciudad resort” que sea un hub regional con el impulso del turismo, y la ciudad ya cuenta con un aeropuerto internacional.
Kenia no sería el primer país que mueve la capital. Desde 1950, un total de trece países han movido la capital administrativa y sede de su gobierno en todo el mundo. Siete de esas han sido en África, lo que le convierte en mayoría en el continente con un 13% de los países habiendo movido su capital. La mayoría de procesos ocurrieron en la descolonización y los motivos para hacerlo se repiten en gran medida con los valorados por Kenia. Sin embargo, sus experiencias muestran los potenciales errores de cálculo.
Cambiar de capital: una historia de identidad y economía
Es difícil definir una capital. En 1990, los investigadores Gottman y Harper la definieron como “la sede del poder y lugar de los procesos de toma de decisiones que afectan la vida y el futuro de la nación”. La importancia de una capital la hace diferente del resto de ciudades de un país por varios motivos. Bien sea por su capacidad de ser un polo económico, por su carácter de representatividad, atrayendo a personas de todas las regiones de un país o por su simbolismo, con edificios, estatuas y representaciones, una capital es especial.
Una vez comenzó el proceso de descolonización, varios gobiernos independientes consideraron mover su capital. Atraídos por factores comunes como la creación de una identidad nacional alejada de la metrópolis europea, la ambición de crear dinamismo económico en lugares rurales desfavorecidos así como colocar la capital en un lugar céntrico, a una distancia similar de todas las regiones, y de neutralidad étnica o religiosa.
Así pues, siete países cambiaron su capital: Mauritania la pasó a Nuakchot en 1957; Botsuana a Gaborone en 1961; Libia la acabó de establecer en Trípoli en 1963 y Malaui cambió de Zomba a Lilongüe en 1965. Ya en la década de los 70, Tanzania pasó su capital administrativa de Dar es Salaam a Dodoma en 1973, Nigeria de Lagos a Abuya dos años más tarde y por último, Costa de Marfil de Abiyán a Yamusukro en 1983.
En cada caso, las características del país hizo que una razón pesara más que otra. Mientras que en Abuya se hablaba de su centralidad geográfica y religiosa entre un norte musulmán y el sur cristiano, en Tanzania el presidente Julius Nyerere escogió Dodoma como cumbre maestra de su programa Ujamaa de indegenización del país.
En algunos lugares una misma decisión identitaria se tomaba de manera distinta. En Botsuana se intentaba unir a las diferentes tribus del país y se escogió Gaborone por estar cercano a seis de los ocho principales grupos étnicos y ser tradicionalmente el lugar de decisión de los jefes tribales. Sin embargo, en Malaui y Costa de Marfil se escogió el sitio al ser el lugar de origen del presidente en su momento y como motivo para reforzar su importancia política.
En la mayoría de casos, también primaba la idea de potenciar una nueva región para diversificar la economía. Sin embargo, varios investigadores han argumentado que esta idea de potenciar el desarrollo económico nacional desde esa nueva región ha fallado en casos como los de Lilongüe, Abuya o Dodoma. La histórica importancia poblacional y económica de las anteriores capitales, unida a su ubicación en el caso de Nigeria y Tanzania en lugares costeros con acceso al comercio exterior son claves. Asimismo, otro grave error que ha frenado el desarrollo de la nueva capital en Tanzania ha sido el no transferir todas las instituciones gubernamentales, con todavía debates de cuándo acabará de realizarse casi 50 años después.
Mismo debate, un nuevo factor: la presión demográfica
El debate en torno a mover la capital en Kenia no es único en el continente. Egipto ya ha comenzado los planes para mover su capital al este de la actual de El Cairo en lo que es el proyecto estrella del presidente Abdelfatá Al-Sisi.
En ambos casos se repiten muchos de los factores que ya ocurrieron en los movimientos de capitales de la segunda mitad del siglo XX. Construir una identidad nacional, cerrar la desigualdad regional y ubicar la ciudad en un puesto central y neutral son casos recurrentes, pero a ellos se une uno nuevo que entonces no se consideraba tanto: la presión demográfica.
El brutal crecimiento urbano lo absorben en su gran mayoría las capitales de África: 23 de las 36 mega ciudades africanascon más de diez millones de habitantes de aquí a final de siglo son en la actualidad capitales. Sin embargo, las de mayor población serán algunas de las que movieron su capital: Lagos, Dar es Salaam y Abiyán seguirán en el top 10 de ciudades más pobladas de África a pesar de ya no ser la sede del gobierno.
Cambiar la capital puede ser una solución cortoplacista para intentar reducir el ratio de crecimiento de las capitales, pero el pasado y las predicciones a futuro de las ex capitales de Nigeria, Tanzania y Costa de Marfil muestran que esto no frena el flujo de población hacia estas. Es por ello que a la hora de mover una capital no sólo se debe tener en cuenta la capacidad de absorción, sino también otras cuestiones políticas, sociales y económicas. Aunque el gobierno de Kenia pase de Nairobi a Isiolo, la actual capital necesita una buena planificación urbana con inversión en infraestructuraspara garantizar una ciudad habitable en el futuro.