Capítulo III - Diario de Casablanca: el dinero no frena a la religión
🇲🇦 Última crónica desde Casablanca. Hoy hablamos de cómo la guerra en Ucrania y la sequía han subido los precios de los alimentos en Marruecos, pero no importa. El Ramadán es el Ramadán.
Hola, ¿qué tal? Soraya por aquí 👋🏼 Qué pena me da decir esto, pero: esta es la última crónica de mi aventura por Casablanca.
Esta vez, nos ponemos algo más serios. Pero tampoco mucho. Hoy, en el último día de Ramadán, hablamos de inflación y de cómo los precios no han frenado a la religión.
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El Pan todopoderoso
A la tarde, mires a donde mires, verás un pan bajo el brazo, dentro de una bolsa transparente o empaquetado entre papeles de periódico. Soy muy pesada, lo sé, y lo he repetido ya varias veces, pero el pan es el rey de la cocina local marroquí. Y como no, del Ramadán.
El perfecto acompañante de los fogones en Marruecos también ha sufrido las consecuencias de la invasión rusa en Ucrania. Ambos países del este de Europa son, después de Francia, el segundo y tercer proveedor de trigo blando y cebada en Marruecos. Rusia aporta el 25% y Ucrania, el 11%. Con el comienzo de la guerra, ambos países echaron llave a las exportaciones, frenaron el comercio internacional y dispararon los precios del pan. El envío de trigo desde Rusia y Ucrania hacia Marruecos se desplomó del 24% al 3%.
Por si fuera poco, desde otoño de 2021, Marruecos sufre una de sus peores sequías en 30 años. Y el poco trigo —en comparación con lo importado— que producía de puertas hacia dentro, descendió considerablemente. En lo que va de temporada, Marruecos ha importado 3,5 millones de toneladas de trigo, frente al millón de la temporada 2021-2022.
Pero volviendo a lo del principio, en las tardes de Casablanca, a la salida del trabajo y de vuelta a casa, listos para el iftar, siempre verás un pan bajo el brazo, mires donde mires. El pan es todopoderoso en Marruecos. Es prioridad. Por delante de los desorbitados precios y los desajustes internacionales. La tradición gana.
Una indiferencia enmascarada
Cuando preguntamos por la calle a los vendedores por el precio de las cebollas tiernas o la carne roja de sus puestos, mostraban bastante indiferencia. A pesar de que antes, un kilo de cebollas costaba 30 céntimos y ahora, en algunos lugares, ya roza el euro. No parece ser una preocupación, o al menos, es lo que trasmite la calle.
En los últimos años, me he dado cuenta de que la sociedad civil marroquí es poco —o nada— reivindicativa y más tradicional de lo que pensaba, que no conservadora. Cuando Mohamed VI anunció la Operación Ramadán 1444, que en la teoría beneficiaría con subvenciones para la compra de alimentos a cinco millones de personas, todo eran aplausos. La realidad es que el plan no llenó tantas neveras y que estaba estratégicamente pensado: ayudas para la localidad de Salé, en Rabat, cerca del Palacio Real del monarca, y que visita de uvas a peras. Y nadie se quejó.
No verás muchas protestas, ni siquiera existe un fuerte movimiento de opinión pública. Indiferencia, como la del vendedor de cebollas en Mercado Central de la ciudad. El silencio tendrá más motivos que esquinas de una mesa, pero eso, tampoco es un problema. Estamos en Marruecos y aquí, te señalarán por hablar de más.
La religión por delante
Podrá caer una tormenta o amenazar una pandemia mundial, pero la religión es la religión. En una de las noches que paseamos cerca de la Mezquita de Hasán II, después del iftar, comenté con mi padre, los musulmanes son muy devotos. Mucho más que lo que, al menos yo, he visto y vivido en España con la comunidad cristiana. A las puertas de la majestuosidad de la casa del culto de Casablanca, cientos de hombres y mujeres rezan en el suelo hacia una misma dirección: la Meca. Lo señalan la dirección de sus tasbih, las alfombras del rezo, y un puntero láser en lo más alto del alminar. Hace un viento importante, pero eso no importa: indiferencia y religión.
La religión va por delante en Casablanca, también en los precios. No importa que hayan subido, o al menos no por lo que se percibe en los mercados, la mesa debe de lucir sabrosa. Es Ramadán.